¡Mi vagina no es un secreto!

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Respeto por si mismas

Ya está, lo he dicho, otra vez: VAGINA.
Lo digo en los teatros, en las universidades,
en los salones, en los cafés.
Lo digo en la televisión cuando me dejan hablar….
Lo digo porque creo que lo que no
se dice se convierte en un secreto,
y en los secretos, a menudo, arraiga
la vergüenza, el miedo y los mitos.
Lo digo porque quiero poder decirlo un día
sin sentirme incómoda, sin vergüenza
y sin culpabilidad: VAGINA”
de Monólogos de la Vagina

La vagina es un poema. Se le ha llamado orquídea, alas de mariposa, mar y paraíso. Su complejidad anatómica es notable. Puerta de salida a la vida, y entrada al placer. Su nombre se pronuncia poco y en voz baja, se evita que las niñas lo aprendan demasiado pronto, y cuando hay que decirlo, viene acompañado de un pudor irracional.

Y es que vagina evoca sexo, y de sexo no se habla. Es un tabú. Y es inadmisible que aún lo sea. Porque al esconderse se asume como real la connotación vergonzosa y sucia que se le ha dado a esta parte tan importante de la anatomía femenina, a partir del mito fundacional judeocristiano de la expulsión del paraíso por culpa de Eva, la pecadora original.

¿Cuál fue el pecado de Eva? Tomar el fruto del único árbol prohibido en todo el paraíso, el árbol del bien y del mal que le daría el conocimiento, al ejercer su libertad. Y la ejerció, segura de sí misma.

“—Si no hubiésemos comido la fruta –dijo ella mirándolo a los ojos— yo jamás habría probado un higo, o una ostra… No habría conocido la noche. No reconocería que me siento sola cuando te vas… Seguiría viéndote desnudo sin que me turbaras. Nunca habría sabido cuánto me gusta cuando te deslizas como un pez dentro de mí para inventar el mar.”[1]

Y ganaron el gozo y el dolor, la vida y la muerte, y el pudor. Y heredó Eva a sus hijas la condición de pecadoras e instigadoras al pecado por definición, y con ello, una serie de nociones sobre el cuerpo y la sexualidad que han desembocado en las equivocadas percepciones del sexo y los genitales como algo sucio, en especial la amenazante vagina. De ahí se desprende entonces que haya que ocultarla, disimularla, disfrazar su olor y en terribles casos ¡hasta mutilarla!

Lo más increíble de todo es que esta perspectiva ha sobrevivido hasta el día de hoy. A casi medio siglo de la revolución sexual, los tabúes en torno al cuerpo humano y a la sexualidad siguen vigentes tanto de formas burdas como sutiles.

¿Conoces tu vagina? Hubiera pensado que era una pregunta tonta. ¡Claro que la conozco! Si es parte de mi cuerpo. Pero conforme fui leyendo y conversando más sobre el tema durante la investigación para este artículo, me sorprendió que no es una cosa tan obvia, que hay muchas mujeres que, por ejemplo, jamás han visto su propia vagina.

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–¿Cómo me la voy a ver?–, me contestó una genuinamente intrigada.

–Pues ¡con un espejo!–, respondí sorprendida.

–¿Y para qué?—replicó ella visiblemente confundida.

Y es que la vagina se ha vuelto, como muchos aspectos de ser mujer, invisible. No sólo porque no podemos verla tan fácilmente, sino porque además la escondemos, nos avergüenza y la consideramos sucia.
Cómo es esto posible siendo que, en realidad, “una vagina sana es la parte más limpia del cuerpo. Es mucho más limpia que la boca y mucho más, con diferencia, que el recto” explica la ginecóloga Sharon Hillier. [2]

Las bacterias que contiene la vagina son lactobacilos, y funcionan a manera de barrera en contra de otro tipo de bacterias que sí causan infecciones y mal olor. Pero eso se trata de una condición anormal, como la vaginitis, que se puede tratar y erradicar.

Aquí es interesante notar que, de acuerdo a la Dra. Christiane Northrup, ginecóloga y autora de diversos libros sobre salud femenina, “los problemas vulvares crónicos como el dolor y el picor van asociados al estrés producido por la ansiedad y la irritación por ser controlada, ya sea por la pareja o por una situación que, en cuanto a energía se refiere, equivale a la pareja… podría ser … una mujer que se siente tan “casada” con su trabajo que la domina totalmente, que de un modo inconsciente no se siente libre para experimentar la vida a su gusto…” [3]

Lo peor es que esto puede incluso ser una herencia de generación en generación a través de lo que Danièle Flaumenbaum llama arboles ginecológicos. Esta autora sugiere que, las condiciones de salud ginecológica de la mujer no sólo son físicas, por un lado están asociadas a cuestiones emocionales, pero sobre todo que reflejan los duelos no procesados de nuestras madres y abuelas. “Dramas de vida y muerte, es decir de sexualidad [que] siguen abiertas en el inconciente y no pueden cicatrizar.” Ejemplos de estos pueden ser embarazos, abortos, enfermedades, accidentes, muertes prematuras, dolores, suicidios, historias de amor lícitas o ilícitas, o muertes en la guerra.

Hacer un árbol ginecológico y conocer estas historias, nos permite conocer nuestro linaje y poner orden. “Resituar a nuestros ancestros en su contexto de vida… comprenderlos… disolver los rencores o idealizaciones…. Percibir cómo los prolongamos. Al aceptarlos tal como son, podremos ocupar nuestro lugar… liberándonos de lo no dicho, las omisiones o las mentiras de la leyenda familiar… honrarlos.”

Apunta la importancia de conocer la historia de las mujeres de nuestro linaje, de darnos cuenta de qué estamos repitiendo, y con esa conciencia ser capaces de cambiar el rumbo de la vida, de la enfermedad y de la muerte. ¡Y de la relación con nuestro cuerpo!

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Un ejemplo muy claro es nuestra menstruación. La forma en que la vivimos es una herencia cultural y de linaje que nos ha transmitido la errónea percepción de que todo lo relativo a nuestro aparato reproductor es sucio e indigno, pero que bien podemos cambiar para dejar de transmitirla a nuestras hijas.

¿Cuántas de nosotras nos avergonzamos si alguien nos ve una toalla femenina, o si tenemos que confesar que estamos en nuestros días? ¿Para cuántas el período menstrual no es sinónimo de abstinencia sexual, porque nos da asco, nos damos asco? ¿Quiénes somos capaces de ver nuestro sangrado como algo natural y sagrado, símbolo de nuestro sentido femenino más íntimo? ¿Por qué, además de todo, transmitimos a nuestras hijas la sensación de molestia y hartazgo cuando sabemos que ya les va a bajar? “La sangre viene del útero y fluye por la vagina… No es “sangre vieja”, sucia y desagradable; es una mucosa con sangre valiosa…” [4] , dadora de vida. Es también el motivo perfecto para profundizar con nuestras hijas sobre su sexualidad -¡y la nuestra!, para celebrarla y recordarla en conciencia, para sentirnos hermanadas como mujeres.

Es importante hablar de esto con nuestras hijas, hacerles saber no sólo que la vagina y sus secreciones no son sucias, sino que estas últimas constituyen una barrera contra las enfermedades venéreas, por lo que no es necesario erradicarlas con duchas vaginales. Es fundamental que sepan, que “la mejor defensa de la mujer contra las enfermedades de transmisión sexual es el respeto por sí misma, la autoestima, un sistema inmunitario funcional (que va de la mano con una mucosa vaginal intacta y sana) y medidas de sentido común, como el uso de preservativos y la selectividad al elegir la pareja sexual.” [5]

En la antigüedad las pinturas rupestres que representaban el cuerpo femenino, lo hacían como algo sagrado. Las primeras figuras de arcilla con la forma del cuerpo de mujeres datan de hace unos 30,000 años, y se piensa que representaban a la diosa creadora acuñada en África, y adorada a lo largo de milenios porque encarnaba la sabiduría de la procreación, que a su vez se asociaba con la creación universal, con la espiritualidad. Eran por tanto cuerpos dotados de un aura sagrada y poderosa, no sucia ni sometida. Así eran vistas y percibidas, así se vivían ellas mismas.

Algo en el camino nos desvió el paso firme y la convicción de nuestro valor y sabiduría profunda. Algo en el camino nos volvió sumisas y dependientes. Algo llamado Patriarcado nos convenció de provenir de una costilla, y no de ser compañeras de la misma estatura de nuestros hombres. Nos indujo a avergonzarnos hasta de nuestro cuerpo que, por otro lado, es motivo de poemas, canciones y hasta guerras.

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Hoy, las mujeres hablamos de ser autosuficientes y de ir ganando terreno en todos los ámbitos. Pero nuestra desnudez nos vuelve vulnerables y nos reconecta con los mitos que nos disminuyen. ¿Te imaginas poder ser descrita de esta forma algún día?:

“…Su multifacética disposición y libertad creadora la hacían rebozar de energía y poder. Se le reconocían sus poderes creativos, se celebraba su poder femenino y ella gozaba y se volvía a nutrir con el reflujo de esta energía. Era una mujer nutrida con abundancia emocional y divina, estaba firmemente anclada en su cuerpo y su entorno..
Se tiene que haber sentido muy realizada en sus múltiples actividades creativas: una auténtica diosa en acción.”
[6]

Así describe Lilly Wolfensberger a la mujer que habitó este planeta hace 30 milenios. ¿Será posible que recobremos a la diosa que hay en cada una de nosotras? Sería necesario reconciliarnos con lo que somos, con cada una de sus partes y dimensiones. Y por qué no comenzar por honrar lo que desde tiempos remotos se consideraba más sagrado en nuestro cuerpo, la vagina. Esa parte de nuestra anatomía que, contrario a la percepción generalizada de causar vergüenza y repulsión, es digna de honrarse y protegerse, pero también de conocerse, de explorarse, de entregarse y de gozarse en compañía o en soledad.

La vagina en la historia

Del latín vagina, se refiere a la parte del portador de espada que cubre el filo y fue usada por primera vez para describir esa parte de la anatomía femenina en 1701, por el anatomista Johann Vesling. La palabra griega para vagina es kolppos, que en otras acepciones significa vaina, útero, pliegue; hablando del mar, quiere decir bahía o golfo, y en referencia al lenguaje bélico: fuerza envolvente.

Más interesante aún, en latín la palabra común para vagina es cunnus que literalmente significa vulva o cono. Y cunnus se deriva de antiguas palabras indoeuropeas que significan cubierto o escondido. En inglés, éste vocablo común para referirse a vagina es cunt, en español sería el equivalente a coño.

1 Belli, Giocconda, El infinito en la palma de la mano, Seix Barral, México, D.F.: 2008, p. 122.

2 Angier, Natalie, Mujer: una geografía íntima, Madrid, Temas de Debate, 2000, p. 64.

3 Northrop, Op. Cit., p. 306

4 Flaumenbaum, Danièle, Mujer deseada, mujer deseante: Las mujeres construyen su sexualidad, Barcelona, Gedisa, 2007, pp. 141-142.

5 Northrop, p. 354.

6 Wolfensberger, Lilly, Cuerpo de mujer, campo de batalla, México, Plaza y Valdes, 2001, p. 89.

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