Hace un tiempo trabajé en una empresa dedicada a la “vanguardia” en desarrollos tecnológicos orientados al desarrollo sustentable en beneficio de la sociedad. Sí, trabajaba en una empresa en donde la innovación es lo más importante. Sin embargo, en términos de cultura organizacional sigue muy atrasada, se vive en la prehistoria, en un régimen muy antiguo donde la burocracia y el machismo son el pan de cada día.
Era yo la única mujer laborando en un mundo masculino donde la equidad de género es pura demagogia (y en verdad no soy nada feminista) donde el respeto por las mujeres es utópico y comentarios sexistas y machistas son como hablar del clima.
“Mejor contrata una becaria y la ponemos a tomar dictado aquí –con una seña hacia su muslo”, o “¿cuánto le das a esa vieja? Está como de un siete no?”, “edecanes mmmh… contrátate a la del IFE”, “las viejas gordas son horribles”, “regresaste muy repuestita de fin de año”…
Al principio creía que se trataba de una broma pero después cuando me percaté que a las comidas ejecutivas sólo asistían ellos, y que las decisiones las tomaban entre ellos, me di cuenta que eso seguiría así; la situación no cambiaría por mucho que las recomendaciones que yo hiciera fueran correctas. La última palabra la iban a tener siempre los hombres e inclusive dentro de las reuniones podían tomar mis ideas pero siempre matizándolas como suyas desde una postura masculina.
O más aún, como la voz de un hombre regularmente es más fuerte, el protagonismo siempre es a través del tono de voz recalcando que se hace escuchar él y no el resto del equipo. Algo así como una cuestión del macho alfa.
No sé, tal vez es una cuestión de educación, de edad, de formación, pero la jerarquía masculina es la que ahí se respira y transpira en cada espacio.
No sé cuánto más tiempo pasé con esa misma cultura, pero me preguntaba entonces si en el ámbito personal y familiar a sus mujeres también las trataban en esa forma, como su inferior, como pieza decorativa o simplemente como alguien que les atienda y haga de comer porque así tienen que ser las mujeres…
Para los hombres de esa empresa donde trabajé hace algún tiempo las mujeres no piensan, y en realidad lo que me extraña es para qué entonces contrataron a una mujer si en verdad no sienten el menor respeto hacia ellas y no confían en la capacidad femenina. ¡Lástima! Se encontraron con la horma de su zapato y para mí fue una experiencia que me permitió tener claro que en un ambiente laboral misógino y machista no tengo ninguna cabida. Por suerte.