Una vez diagnosticados, 75% de los pacientes con síndrome del intestino irritable (SII) presentan síntomas a lo largo de al menos 5 años, durante los cuales se ven obligados a gastar en servicios de salud como consultas, exámenes de laboratorio, medicamentos e incluso cirugías. En Estados Unidos, los costos directos e indirectos por el manejo de SII se calculan en cerca de 30 mil millones de dólares al año [1].
Caracterizado por el dolor o malestar abdominal, asociado a otros síntomas como distensión, inflamación, evacuación incompleta o urgencia de evacuar, el SII es el trastorno digestivo más frecuentemente diagnosticado en la práctica clínica, principalmente entre mujeres y adultos jóvenes.Aunque la variedad de criterios utilizados para su diagnóstico arroja una prevalencia en México de entre 10 y 20%2, lo cierto es que se trata de una enfermedad hasta ahora incurable y que puede afectar la calidad de vida de quienes lo padecen en grado variable [3].
Entre las causas identificadas de este padecimiento destacan las infecciones, los trastornos emocionales y la dieta, aunque en los últimos años cada vez se revisa con mayor atención la incidencia de las alteraciones de la microbiota intestinal en su aparición y desarrollo.
Conformada por millones de bacterias y con un peso aproximado de hasta 2 kilos, la microbiota intestinal es actualmente considerada por los expertos como una especie de “órgano adquirido” que ayuda a digerir algunos alimentos —principalmente azúcares complejas, convirtiéndolos en energía—, producir vitaminas B y K, y combatir microorganismos patógenos.
Al estado de equilibrio de la microbiota intestinal se le conoce como eubiosis, que es cuando se encuentra en óptimas condiciones para cumplir con su rol metabólico y protector. Los cambios en la dieta, el estrés y el abuso de algunos medicamentos como los antibióticos pueden propiciar disbiosis, que es la pérdida de este equilibrio, cuyo impacto ya se evalúa en pacientes con SII.
De acuerdo con la Organización Mundial de Gastroenterología, una opción para recuperar el balance de la microbiota intestinal son los probióticos [4]. Presentes en productos lácteos y alimentos fortificados, pero también en comprimidos, cápsulas y sobres, pueden ayudar a controlar algunos síntomas de esta enfermedad, específicamente las diarreas.
Los probióticos son microorganismos vivos que, en cantidades adecuadas, confieren beneficios a los pacientes. En el caso del probiótico desarrollado a partir de la levadura Saccharomyces boulardii CNCM I-745 se ha comprobado que es un buen complemento en el tratamiento contra enfermedades gastrointestinales y la restauración del equilibrio de la microbiota intestinal.
A fin de evitar complicaciones, en la atención de pacientes con SII se recomienda estar atentos a datos de alarma como síntomas nocturnos, sangre en las heces, anemia, pérdida de peso significativa, masas palpables y factores de riesgo como antecedentes familiares de cáncer colorrectal e inicio de las molestias después de los 50 años, especialmente en pacientes del sexo masculino.
Con información proporcionada por biocodex.
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