¿Quién está exento de vivir pérdidas a lo largo de su vida? Nadie.
Las pérdidas no solo son traumáticas e inesperadas, también hay pérdidas que son parte del crecimiento y maduración, desde que nacemos se van viviendo momentos que acaban para dar paso a experiencias nuevas. Los encuentros y despedidas son una constante, y a veces nos permiten crecer; sin embargo, no por eso son menos dolorosas.
El duelo es el proceso resultante de una pérdida, comúnmente se asocia a separaciones y muertes, sin embargo, podemos perderlo todo: el trabajo, la juventud, la identidad, el amor, la niñez, el estatus, la salud. Si lo pensamos, la vida está llena de pérdidas, muchas de ellas, inevitables. Cuando ocurren, sobre todo si son masivas o inesperadas, pueden aparecer reacciones de desconcierto y negación, el impacto es tan fuerte para la mente que se rechaza la idea de no tener aquello que se tenía. Después, se tendrá que enfrentar de una u otra forma el dolor provocado por la ausencia.
Cada quien vive a su manera los duelos, siempre más o menos llenos de dolor, impotencia, rabia y enojo con quien se fue, culpa por sentirse responsable de lo que sucedió, por no poder regresar el tiempo y hacer algo diferente. Los duelos están llenos de «hubieras» y de reclamos, de tristeza y finalmente de aceptación. Lo importante frente a una pérdida es permitirse vivir el duelo, reconocer la ausencia y lo que provoca emocional y físicamente. No sirve de mucho hacerse el fuerte, ya que tarde o temprano todos esos sentimientos e ideas contenidos se expresarán, incluso, puede ser peligroso contenerse ya que si el dolor queda encapsulado, puede manifestarse después en enfermedades psicosomáticas o depresiones crónicas.
Frente a una pérdida lo que toca es vivirla, acompañar a quien la sufre y hablarla para que con el paso del tiempo se asimile más. No hay remedios mágicos para acelerar el duelo cada uno toma su tiempo, ¿cómo saber hasta qué punto es normal padecerlo, por cuánto tiempo? Cuando el duelo interfiere con las demás actividades de la vida, empieza a mermar relaciones, a absorber demasiado tiempo y energía, cuando el sufrimiento es constante, no se desgasta, no para, permanece en el tiempo y en los diferentes ámbitos de la vida, ahí es cuando hay que consultar a un profesional.
¿Cómo saber que ya se asimiló esa ausencia? Cuando va doliendo un poco menos y cuando toda la energía que invertíamos en pensar y añorar a aquello perdido, la podemos empezar a usar para otras actividades, a poner en otras personas y en otras ideas. Cuando los periodos de tristeza y enojo son más cortos, menos frecuentes y con menos intensidad, cuando a pesar de añorar y extrañar a quien perdimos, podemos continuar con la vida y disfrutarla sin culpa. Entonces, este proceso no sólo implica asimilar la pérdida, sino hacer un completo reajuste en la vida que en algunos casos puede tomar mucho tiempo.