El objetivo principal de este escrito es responder en el contexto psicológico a la solicitud que me hizo un entrañable amigo referente a la posibilidad de esclarecer los motivos por los cuales, el actual presidente despierta entre los ciudadanos posiciones opuestas y extremas de amor y odio.
Los dos sabemos que nuestras inclinaciones políticas son diferentes y mientras él se adhiere a la corriente del actual presidente, yo me acerco más a la corriente de la derecha aunque tengo que reconocer que no conozco con claridad –tal vez no las hay- las propuestas de ninguno de los partidos de la oposición, PRI, PAN y MC.Su acercamiento inicial fue: “Quiero pedirte algo que estuvimos platicando mi hija y yo, ella va a hacer su doctorado de sociología y parte de su programa de trabajo incluye al actual gobierno y las emociones que se han despertado entre quienes están a favor y sus opositores, pero quiero que sepas que valoro mucho la amistad que tenemos y no me gustaría, como ya me ha sucedido, que a causa de las diferencias entre las visiones políticas se termine deshaciendo la amistad“.
Le contesté que también valoraba mucho nuestra amistad y que lo haría con una condición: “Tu hija y tú tienen que venir preparados para escuchar cosas que muy probablemente no les gustarán”. Me respondió que lo comentaría con ella pero que él aceptaba.
Así que en aras de nuestra amistad, voy a presentar a mi amigo y a su hija, si ella decide venir, la información necesaria para que ellos evalúen mi propuesta acerca de las razones psicológicas profundas de la relación entre el presidente los ciudadanos, tanto los que están a favor como los que no.
Es importante que el lector considere que he tratado de ser lo más objetivo posible pero es indudable que hay cosas que influirán, aunque no lo desee, en mi visión personal de la situación.
Comenzaré entonces:
Desde hace varias décadas y a raíz de la instalación de un partido político al frente del gobierno federal, estatal y municipal que si bien creó una buena cantidad de instituciones que con el paso de los años han madurado y se fortalecieron, así también dieron vida a otro tipo de comportamiento institucional que desafortunadamente se hizo común y hasta normal. Por eso me parece que aquéllas nunca terminaron de funcionar de la mejor manera.
Con el transcurso del tiempo el partido hegemónico y mayoritario tuvo a través de votaciones no siempre libres la oportunidad de ir ganando poder y después acrecentarlo y diversificarlo a través de lazos de aparente amistad y de los compromisos adquiridos con diversos grupos de poder tanto en el sector público como con el sector privado. Se hicieron grandes negocios.
El influyentismo y la corrupción se volvieron formas crónicas de actuar, lo que no significa que todos los miembros del partido y todos los miembros del sector público y privado son corruptos aunque sean influyentes.
El caso es que a pesar de que sin duda hubo avances no fueron de una magnitud suficiente y la marginación se fue haciendo año con año más palpable y la compra de voluntades tuvo que desarrollarse para acallar el descontento que fue creciendo en el fuero interno de los ciudadanos. Pero entre un momento y otro, siempre hay un instante de consciencia.
Aun así nos acostumbramos a que cada seis años en el país -nunca los ricos, parcialmente la clase media y sin duda alguna siempre los pobres- sobreviniera una crisis económica y el ciclo se reiniciara con el nuevo gobierno. La ética, el civismo y otros principios morales se fueron perdiendo poco a poco.
Paulatinamente la idea de que el gobierno es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo perdió su significado. La clase política, con algunas excepciones, se convirtió en una carrera profesional a niveles de maestría y doctorado en la que más allá de servir al pueblo, se aprendió a cómo servirse de él y lo más delicado es que a base de las repeticiones y a pesar de la consciencia de muchos ciudadanos se llegó a normalizar la idea de que al llegar a ciertos niveles de la estructura de gobierno, estaba permitido que un político hiciera negocios utilizando su influencia y poder.
Seguramente conoce el lector la frase: “Está bien que robe, pero que hagan algo por el país” o la de ese presidente municipal que al disputar un puesto en el Congreso declaró: “Yo sí robé, pero poquito”.
Para lograrlo el político tenía que contar con la lealtad de sus empleados o convencerlos con “incentivos económicos o promesas de avance” en posiciones laborales y así motivarlos para realizar el trabajo sucio, de manera que el responsable intelectual quedara en la sombra.
Me parece entonces que la corrupción puede tramarse arriba pero es operada desde abajo y poco a poco este conocimiento de “cómo hacer las cosas” y a sabiendas de que los de arriba se llevaban siempre la tajada más grande, entonces los de abajo comenzaron a armar su propio pastel y lo repartieron entre ellos.
Cuando los mandos medios se dieron cuenta, entonces el pastel tuvo que ser repartido de manera diferente y para conservar el mismo tamaño de tajada, hubo que encarecer y dificultar los trámites y procesos.
Así las cosas los de arriba, los de enmedio y los de abajo quisieron saborear pasteles diferentes y la pastelería (léase la corrupción) tuvo que crecer ante el aumento de pedidos.
Pienso que parte de la llamada “dictadura perfecta” se sostuvo por el hecho de que el pueblo recibía al menos una parte de todo lo prometido, lo que alimentaba la esperanza de que la siguiente vez sí vendrían los cambios. Pero en lugar de eso llegaba una nueva decepción.
Considerando que el pueblo mexicano (todos incluidos) está acostumbrado al poder y preponderancia de lo masculino, será sencillo imaginarnos que en lugar de un país entero, sea un ser humano el que está viviendo la experiencia de ser engañado repetidamente por su figura de autoridad (generalmente el papá) y la mamá, con el afán de aliviar la herida del pequeño le promete que si se porta bien y obedece, ahora sí recibirá lo que tanto desea.
El padre tratará de justificar su incumplimiento responsabilizando a los demás, lo que sintetizado significa que no es su culpa, que lo quiso lograr pero todos sus esfuerzos fueron vanos y así envía un mensaje a su pequeño hijo que asimila por el ejemplo de su padre la actitud pasiva llamada “indefensión aprendida”. Esa que detiene a muchos ciudadanos de salir a votar. Esa que calla las bocas y las voluntades. Esa que responde con parálisis las amenazas de una autoridad impulsiva, autoritaria e irracional.
El juego perverso comienza con la promesa rota y se hace más doloroso por curar la herida de manera provisional y no de forma permanente. La protección excesiva impide al pequeño ir aprendiendo a lidiar con la cruda realidad de que su padre es un hombre irresponsable y que esa actitud no tiene ninguna relación con su conducta (la del pequeño).
La actitud del actual presidente es la de curar la herida ocasionada por la protección excesiva de una madre amorosa y para lograrlo, primero le dice al pueblo lo que ya existe en su inconsciente (el de los abandonados) e intenta poner fin a la indefensión aprendida al llamarlo bueno y sabio. Con sus palabras los convierte en seres superiores y ellos, el pueblo, lo aceptan.
Lo más curioso es que la receta surge de la medicina homeopática, esto es, igual cura igual. En otras palabras, la herida tiene que infectarse más para que el organismo se cure a sí mismo aunque por necesidad el proceso sea más prolongado. De ahí que el gasto en programas sociales esté tomando recursos de cualquier sitio en el que se diga, sin pruebas las más de las veces, que hay corrupción.
Lo que insiste en negar, es que para darle al pueblo bueno y sabio más de lo mismo necesita mucho más dinero del que ya se repartía con los programas sociales. No tiene de dónde sacarlo y ha sido capaz de reducir la inversión en la cura alópata invirtiendo a cambio en la cura espiritual.
Desde la posición de los que no han recibido más que migajas de las promesas, el que por fin alguien los vea y sea tan popular y poderoso para lograr que ahora sí reciban lo prometido llena una necesidad esencial de seguridad o, en otras palabras, alguien sí los ha visto. Por fin han dejado de ser invisibles y muy pocas cosas son tan valiosas para un ser humano como esa.
De ahí surge el motivo por el que a pesar de sus indudables errores, sigue teniendo una gran popularidad y aceptación de manera que en lugar de debilitarlo, las críticas lo engrandecen a los ojos de los antes invisibles que son muchos. Nadie quiere desaparecer de nuevo.
Lo negativo es que todos los que hemos luchado por ser visibles, no somos necesariamente enemigos del llamado pueblo bueno y sabio pero con ese argumento el actual presidente aumenta y fortalece su poder individual. Pero ignora o no quiere aceptar que nosotros tampoco queremos desaparecer.
Los que hemos luchado por ser visibles tenemos satisfecha, algunos desde la niñez y otros más tarde, la necesidad de ser vistos y de tener una autoestima positiva, por eso es más difícil caer en el engaño. Por eso es más difícil creer sin pruebas y más aún si las evidencias indican lo contrario de lo cacareado. Por eso los que queremos el cambio somos muchos más de los que el actual presidente cree y sin embargo nos considera sus enemigos y a través de la identificación proyectiva por parte de él, de los miembros de la cúpula de su movimiento y los nunca antes vistos, trata de lograr que su deseo se convierta en realidad pero dudo mucho que lo pueda lograr. La identificación proyectiva es una defensa psicológica en la que el paciente ejerce una poderosa influencia en el inconsciente del terapeuta que con el tiempo termina actuando como el paciente quiere.
Hubo una vez un machetero que con las mejores intenciones creyó poder realizar el trabajo de un cirujano y hoy, el paciente está al borde de la muerte[.]