Desde los inicios de la investigación médica, los hombres han dominado el campo, creando un sesgo en el desarrollo de tratamientos y diagnósticos.
Históricamente, las mujeres fueron excluidas de los estudios científicos. Esto llevó a un conocimiento incompleto sobre su salud y a tratamientos que no consideraban sus particularidades biológicas. A pesar de los avances, persisten importantes desigualdades de género en la medicina actual.
Un ejemplo claro de esta brecha es la investigación cardiovascular
Aunque las enfermedades cardíacas son la principal causa de muerte en mujeres a nivel global, la mayoría de los estudios sobre tratamientos y prevención se realizan en hombres.
Según un informe de la American Heart Association, sólo el 30% de los participantes en ensayos clínicos cardiovasculares son mujeres. Este sesgo limita la eficacia de los tratamientos para las mujeres, quienes pueden experimentar síntomas diferentes a los hombres y requieren un enfoque especializado.
Las mujeres se han visto, muchas veces, como “pequeños hombres” en términos de medicina. Esto ha resultado en tratamientos ineficaces y diagnósticos tardíos para condiciones específicas.
Esta exclusión se ha justificado en el pasado bajo la idea de que la inclusión de mujeres “complicaba” los estudios debido a factores como el ciclo menstrual, los cuales afectan los resultados. Sin embargo, esta simplificación ha ignorado las necesidades reales de las pacientes femeninas.
Ley de Revitalización de los Institutos Nacionales de Salud (NIH)
Un cambio clave en la investigación de género se produjo en 1993. En ese momento Estados Unidos implementó la Ley de Revitalización de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), exigiendo la inclusión de mujeres y minorías en los estudios clínicos financiados por el gobierno.
Aunque fue un gran avance, el sesgo aún persiste. Estudios recientes muestran que el 80% de los estudios preclínicos aún utilizan ratones machos. Lo anterior genera un vacío en el entendimiento de cómo las mujeres responden a ciertos medicamentos.
A nivel mundial, el número de mujeres en ciencia está aumentando, pero todavía hay mucho por hacer. Según la UNESCO, sólo el 33.3% de los investigadores en el ámbito científico son mujeres, y en el ámbito médico, las cifras no son mucho mejores.
La subrepresentación de mujeres y la falta de un enfoque inclusivo en la investigación médica perpetúan la brecha de género, afectando la calidad y equidad del cuidado de la salud.
Para cerrar esta brecha, es esencial que los estudios incluyan de manera equitativa a las mujeres, no solo como participantes, sino también como líderes en la investigación, asegurando que los tratamientos médicos sean efectivos para todas las personas, independientemente de su género.