noviembre 19, 2024

Mujeres en México: ¿Cómo vivimos las violencias machistas?

Primer plano de una joven caucásica con una cinta púrpura
Plenilunia Salud Mujer
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Por Lizbeth Lugo Hernández. Abogada feminista, integrante de Vínculo Colectivo. Ser niña, adolescente, mujer o mostrar cualquier identidad femenina, es ahora una forma de sobrevivir en nuestro país.

Primer plano de una joven caucásica con una cinta púrpura
Que nuestro derecho a una vida libre de violencia sea un ejercicio pleno en nuestro México y el mundo y que el Ni Una Menos sea una realidad.

Más de 10 mujeres y niñas al día son asesinadas, convirtiéndonos en el primer país feminicida de América Latina. Y ¿a qué se debe que tengamos que sobrevivir en lugar de vivir libremente y sin violencia en nuestro México?

Estamos inmersas en una cultura de la violencia, la cual se acentúa hacia los grupos vulnerados históricamente, las niñas y mujeres somos parte de estos grupos, igual que los niños hasta sus 12 años, las personas con discapacidad, las y los adultos mayores, las disidencias sexuales, las personas en estado de abandono o en situación de calle, las personas adictas o con alguna enfermedad psiquiátrica; pero las niñas y mujeres en este país somos las que ahora hemos decidido decir ¡¡Ya basta!!

Y salir a las calles a arrebatar nuestros derechos; porque hace un siglo luchábamos por poder divorciarnos, en los años 50 luchamos por nuestro derecho al voto para participar en la vida política de nuestro país; en los 60 por el derecho a usar minifalda y vestir de otro modo fuera de sus estereotipos impuestos y el uso de anticonceptivos; pero ahora, en pleno siglo veintiuno, estamos luchando por vivir sin violencia y por decidir sobre nuestros cuerpos y lograr construir nuestro proyecto de vida de manera autónoma.

Estamos inmersas en una cultura de la violencia, la cual se acentúa hacia los grupos vulnerados históricamente, las niñas y mujeres somos parte de estos grupos.

Y es que las niñas y mujeres no tenemos un sitio donde se nos deje vivir en paz, en nuestros hogares se vive violencia familiar, 8 de 10 mujeres manifiestan que viven algún tipo de violencia con su pareja o familiares, ya sea la psicológica, económica, la física, y muchas veces, muchísimas veces más, se sigue callando las violencias sexuales a la que son objeto las niñas dentro de sus círculos familiares; en los espacios que deberían ser de confianza, como las escuelas, centros religiosos, sitios de esparcimiento o hasta en nuestro propio trabajo, se nos acosa, discrimina y muchas veces se nos ha violado y asesinado también en esos sitios, que considerábamos podríamos estar a salvo.

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Qué decir del espacio público, donde 10 de 10 mujeres y niñas hemos sufrido algún tipo de agresión sexual, ya sea verbal o física, siendo el espacio público donde la violencia comunitaria se tolera y se perpetua; actualmente también hablamos del espacio digital, donde el uso de la tecnología nos vuelve a vulnerar, haciendo uso de nuestra imagen, videos y fotografías sin nuestro consentimiento como otra forma de extorsionarnos, violentarnos y amenazarnos.

Todas estas violencias buscan un control, dominio y sometimiento hacia nosotras; y ¿qué pasa cuando llegamos a las autoridades a solicitar auxilio? Igualmente somos estigmatizadas, criminalizadas, culpabilizadas de lo que nos pasó, porque nosotras lo permitimos, porque no logramos dejar a nuestros agresores a tiempo, porque vestíamos de “x o y” forma y les provocamos, porque estábamos muy noche o solas en las calles o en algún bar; siempre nosotras seremos las culpables de sus violencias, y la autoridad omisa no observa el perfil del agresor, sino sólo a nosotras nos pide cambiar de lugar donde vivimos, cambiar de teléfono y cerrar nuestras redes sociales para que ya no nos molesten; esa es otra de las violencias que vivimos, la institucional.

No estamos a salvo en ninguno de nuestros espacios, “no ha habido tiempos de paz para las mujeres”, diría Catharine MacKinnon; y es verdad, se nos ha condenado a luchar por nuestros derechos y arrebatárselos, porque no se nos han querido otorgar; se nos ha orillado a radicalizar nuestras luchas para ser escuchadas, y después se nos ha criminalizado porque luchamos…

Esto es ser mujeres y niñas en nuestro país, donde buscar la aprobación masculina significa adaptarse a un sistema que nos violenta de una u otra forma, porque la violencia es estructural; porque aún los chistes y discursos misóginos prevalecen en las viejas y nuevas generaciones, porque no es de sorprenderse que un menor de edad asesine o viole a su pareja de su misma edad, o a su compañera de clase, o su vecina, como es el caso de Fátima Quintana, a la que en el 2015 tres de sus vecinos, uno menor de edad la asesinaron con cruel violencia.

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Porque recientemente vivimos el caso de Wendy en el Estado de México donde amigas de su misma edad, 16 años, cargaban su ataúd después de haber sido desaparecida para encontrarla días después asesinada en un canal de aguas negras.

Porque hasta al asesinarnos pretenden humillarnos, nos dejan en basureros, nos exhiben desnudas, nos asesinan de las formas más violentas y todo eso en total impunidad; esa es una de las razones por las que México se está llenando de antimonumentas, las cuales no sólo son una escultura, son un símbolo de ausencia, de ausencia de ley y de ausencia de ellas, las que nos faltan.

Es un símbolo de lucha, que llama a hacer memoria colectiva por las niñas y mujeres asesinadas y a no dejar que sus nombres sean olvidados, es una forma de acompañar a sus familias para abrazar su recuerdo, antimonumentas que como en el estado de Quintana Roo fue devastadas por grupos machistas que aún después de asesinadas, pretenden matar dos veces a nuestras asesinadas, y acabar con su memoria.

Es por eso que hemos decidido no callarnos ante su misoginia y odio; es por ello que cada día y con gran orgullo surgen más círculos de sororidad y amor entre mujeres, esa vieja historia que somos competencia y las peores enemigas, ya no nos las creemos y nos estamos organizando, ayudando y cuidando entre nosotras ante sus múltiples violencias machistas.

Ahora sabemos que tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas y son derechos que no vamos a volver a ceder, porque las ancestras y las mujeres antes que nosotras nos lo enseñaron, vamos a resistir para vivir, pero para vivir plenas, felices, autónomas, que nuestro derecho a una vida libre de violencia sea un ejercicio pleno en nuestro México y el mundo y que el Ni Una Menos sea una realidad.

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*Lizbeth Lugo Hernández, es abogada feminista, defensora de derechos humanos, especialista en la defensa de mujeres y niñas.

Imágenes cortesía de nito103 y Depositphotos
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