Por psicoterapeuta Gustavo Damián Ordóñez Liceaga, especialista en terapia cognitivo conductual y de parejas, integrante de Vínculo Colectivo.
La familia es el principal contexto en donde los niños inician su desarrollo social, lo que aprendan dentro de ella, se reflejará en las conductas que más adelante van a desempeñar en su entorno.
Cómo comportarse, comunicarse y establecer relaciones con terceros son aspectos que se normalizarán en los primeros años de vida y que se establecen a partir de lo que observan principalmente en la dinámica de sus padres.
Sin embargo, las relaciones de pareja no siempre son perfectas, se desearía que no existieran problemas en ellas, pero son tan complejas que los desacuerdos o las diferencias de opiniones son una cosa muy común.
Los temas de conflicto pueden ser varios, y abarcan a ambas partes de la pareja, como problemas en la comunicación que genera malentendidos, estilos comunicativos negativos que van del pasivo al agresivo generando que alguna o ambas partes se sientan juzgados, criticados, incomprendidos y se mantengan constantemente a la defensiva.
También influyen los celos, la falta de confianza y la percepción que tienen el uno del otro, la cual lleva a pensar a una o ambas partes que no existe un compromiso por parte del otro, o la otra para que la relación funcione, o que ya no tienen nada en común como para seguir juntos.
Y es debido a estos pensamientos que las parejas pierden el interés por generar una relación saludable, pero, principalmente en las parejas con hijos abunda la creencia de que deben permanecer juntos para mantener una estabilidad familiar o la clásica frase “seguimos juntos por los hijos”.
Dejarse guiar por este fundamento resulta ser muy peligroso, pues una convivencia negativa en un entorno tan importante para los niños como es la familia genera consecuencias que muchas veces son negativas para ellos.
Algunas de estas consecuencias son el aislamiento, éste es utilizado por los niños para evadir situaciones que consideran conflictivas, ya sea que ellos se encuentren involucrados o no, el problema con esto es que para ellos se vuelve un hábito emocional, en donde en lugar de enfrentar o buscar soluciones, huye de todo lo que le pueda generar algún estado de tensión.
Otra consecuencia es la concepción errónea de cómo funcionan las relaciones sociales; pueden incorporar en su vida futura un modelo de pareja disfuncional como algo que para ellos es muy normal y, por lo tanto funcional, generando creencias como que en toda relación de pareja debe haber discusiones de por medio o, incluso, llegar a algún tipo de violencia.
El hecho de tener peleas o discusiones frente a los niños y ponerlos en medio, puede generar una influencia en su autopercepción, creando sentimientos de culpa pues “por ellos sus padres se la pasan peleando”, poco interés en participar pues el compartir su opinión, punto de vista o expresar lo que siente o piensa puede ser un detonante para crear una discusión, e inclusive una dificultad en el manejo de sus emociones a la hora de relacionarse, especialmente con la ira y enojo, pues se desarrollan en un entorno en donde una actitud explosiva y de poco respeto es normal y tiene que ser aceptada, en ocasiones incluso recíproca.
Esto último puede incluso generar problemas con la autoridad, especialmente en la escuela, pues al ver como normal un estilo de convivencia agresivo, tienden a desquitar sus frustraciones o enojo en el contexto escolar, desobedeciendo y retando tanto a compañeros como a profesores.
Finalmente, el mantener discusiones y peleas constantes frente a los hijos puede propiciar la creación de alianzas, se genera una imagen distorsionada a partir de lo que la madre o el padre expresan uno del otro, creando un favoritismo por alguno de estos y defendiendo sin importar la situación a quien el niño considera la víctima de estos temas.
Para evitar todos estos problemas, es importante que los padres se den cuenta de que ellos son los primeros que deben generar un ambiente de confianza en donde la comunicación sea libre y aceptada en la que se pueda compartir puntos de vista que permitan generar acuerdos.
Además, tener claros los puntos o temas a tratar que facilitan un ambiente saludable en donde los hijos puedan desarrollarse, un ejemplo de estos temas puede ser:
- Líneas básicas de crianza: En donde se establecen horarios, la forma en la que se ejerce disciplina, dieta, estudios, entretenimiento, etc.
- Forma de actuar frente a terceros: Antes de actuar o imponer
- una conducta sugerida por otra persona como un familiar o amigo, se debe de hablar con la pareja si está de acuerdo para llevarla a cabo o proponer alternativas que ayuden.
- Espacio en pareja: Es importante no descuidar la relación y encontrar esos espacios libres en donde puedan conocerse de nuevo y generar un ambiente cómodo para ambos.
- Espacio individual: Dejar de sentir culpa por descansar o preocuparse por uno mismo es algo que debe desaparecer, se debe fomentar el tiempo a solas y la autonomía.
- Distribución de tareas: Es importante que esto se realice con racionalidad y equidad pues no se trata de cargar a nadie con muchas tareas, se trata de hacer que las cosas funcionen y que ambas partes de la relación y si se puede incluir a los hijos, se sientan a gusto.
Las relaciones de pareja son un tema complejo y, si se le agrega el factor hijos, es algo que puede hacer más difíciles las cosas, sin embargo, no es algo imposible, se debe trabajar en conjunto para crear un ambiente saludable y agradable para todos.