Todo acto que tenga o que pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, así como las amenazas de esos actos, por ejemplo, privación de la libertad o coacción, tanto en el ámbito público como en el privado, es considerado violencia contra la mujer.
Sus efectos son tan devastadores que su incidencia debería ser rara; sin embargo, su prevalencia es alarmante, incluso se ha intensificado durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19 principalmente al interior del hogar, aunque también se presenta en el ambiente profesional y como problema de seguridad pública.
7 de cada 10 mujeres en México han experimentado algún tipo de violencia
De acuerdo con datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) a propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, que se conmemora el 25 de noviembre, 7 de cada 10 mujeres en México han experimentado algún tipo de violencia en sus vidas, y casi el 50% de ellas fueron abusadas por parte de su novio, esposo o pareja.
“Es difícil imaginar por qué una persona permitiría que su pareja la dañe. Existen factores de riesgo individuales que aumentan la vulnerabilidad a ese tipo de relaciones, por ejemplo, una historia familiar de abuso”, indicó la Mtra. Marilyn Martínez, Docente de la Escuela de Psicología de CETYS Universidad Campus Mexicali.
Violencia en pareja
La violencia en pareja es un patrón de conducta que se emplea para tener o mantener el control sobre el otro ya sea de manera psicológica, sexual, emocional o económica.
Los estudios muestran y sugieren que hombres abusados en el núcleo familiar normalmente se vuelven agresores en algún punto de su vida adulta, presentando cuatro veces más probabilidad de cometer violencia doméstica.
Codependencia
Por su parte, las mujeres que han padecido abuso durante la infancia tienden a continuar siendo victimizadas en su adultez, así como a presentar depresión o ansiedad y codependencia.
Romper el ciclo de violencia
La lucha para erradicar la violencia en contra de las mujeres no es nueva. Sin embargo, frente al contexto mundial de crisis donde los casos de COVID-19 siguen siendo prioridad para los servicios de salud, y los refugios y líneas de atención a quienes padecen violencia están sobresaturados, es necesario aprender a identificar y romper los ciclos de violencia que, en general, consisten en tres principales fases, señaló la docente:
Fase de tensión
El abusador empieza a ignorar, rechazar o ser negligente con su pareja. Demandas expectativas irreales, es más ansioso y le provoca temor. No importa qué se diga o se haga, parece que todo está mal.
Fase de explosión
El abusador intenta dominar de manera verbal, psicológica o sexual a su pareja. Usualmente las mujeres terminan en el hospital por las lesiones recibidas, sin embargo, mienten acerca de la causa, por miedo de su pareja o confusión de la situación.
Fase de luna de miel
El abusador puede sentir remordimiento o miedo y trata de reconciliarse con su pareja, con actos como darle flores o regalos, con la promesa de que no volverá a ocurrir. Recalca que no hizo nada malo, y atribuye su conducta a la falta de comprensión.
“Lo más peligroso de este ciclo es que la agredida crea que el hombre va a cambiar, ya que de esta manera el comportamiento adquiere fuerza y cada vez más violencia, pudiendo ser la muerte el desenlace”, concluyó la especialista.