La vida actual, en la que hacemos una limpieza a veces excesiva y con hábitos alimenticios que tienen mucho que ver con que cada vez estemos menos en contacto con microbios, es perjudicial a mediano plazo. Por ejemplo, el exceso de limpieza provoca que se supriman de la piel la mayoría de bacterias que viven en la superficie y altera las condiciones de humedad, lo que favorece la aparición de infecciones, eccemas, descamaciones, grietas y problemas de todo tipo.
La composición de la flora bacteriana en los niños, sobre todo los primeros meses de vida, es una de las claves en el desarrollo del sistema inmunitario. Los niños con floras bacterianas más ricas y variadas sufren un menor desarrollo de enfermedades como alergias y dermatitis en los primeros años de vida. Hay que bañar a los niños sin usar jabones y shampús agresivos, ni antibacterianos.
Para mantener un sistema inmunológico balanceado, debe haber una activación de las defensas de forma continua. Tras la toma de antibióticos por cualquier infección, aparecen diarreas y hongos. Esto sucede porque estos hongos aprovechan que el antibiótico ha destruido no sólo las bacterias que producían la infección, sino también las que habitan el organismo, que se ocupan de mantenernos sanos. Es un buen ejemplo del equilibrio en el que vivimos y de que no hay que abusar de los antibióticos.
Los antibióticos pueden destruir las bacterias normales (“saludables”) que viven en el cuerpo, lo que puede producir síntomas como náuseas, diarrea y candidiasis vaginales.
El uso excesivo de antibióticos ha contribuido al aumento de infecciones bacterianas resistentes a los medicamentos. Tomar antibióticos también ofrece un riesgo de reacciones alérgicas, así que no se deben tomar cuando no existe ningún posible beneficio.