Podemos definir la frustración como “una reacción emocional ante la necesidad de obtener algo y no tenerlo”. Se trata de una emoción inherente al proceso de crecimiento y maduración del ser humano e impacta directamente en la formación de su personalidad; de ahí la importancia de que, como padres y maestros, colaboremos en conjunto en el manejo de las frustraciones infantiles y promover actitudes y conductas positivas.
¿Dónde se experimenta este sentimiento de frustración? En un inicio en el seno familiar. Cabe mencionar que para algunas familias educar es igual a corregir la presencia de comportamientos desfavorables y, frecuentemente, no se otorgan oportunidades de toma de decisiones o de responsabilidad, lo que conlleva la acumulación de sentimientos de insignificancia y desvalor, provocando un sentimiento de frustración. Otro contexto donde se puede experimentar este sentimiento de frustración es en la escuela, ya que ahí se fortalecen las formas de relacionarse de un niño con sus iguales. En un ambiente escolar inadecuado, sin programas que promuevan valores y sin un sistema donde se valoren todas las capacidades de un alumno, se aprende también a competir de forma desleal, y sin importar la individualidad de cada uno, el niño termina por desconfiar de sus propias capacidades.
Por ello, es importante que el entorno escolar sea un espacio de aprendizaje total donde relaciones e interacciones entre los estudiantes y los maestros propicien marcos de seguridad, confianza, camaradería, afecto y cordialidad. De esta manera, en el momento en el que, de forma natural e inherente, se presente cierto grado de frustración, el alumno será capaz –con la guía de su docente- de reconocer el origen de su frustración y de aprender a resolver, a remarcar sus aciertos y fundamentar una autoimagen positiva.
En nuestra experiencia cuando algunos alumnos presentan cuadros de frustración continua se debe, en gran medida, a que no conocen el éxito, nunca lo han probado y, por tanto, no saben lo qué es.
Los modelos educativos de alta restricción, de fomento a una competencia destructiva y acumuladores de información, son el terreno de cultivo para propiciar frustraciones en los niños. Por el contrario, los modelos educativos de vanguardia que promueven un ambiente afectivo y de confianza, facilitarán al alumno las condiciones óptimas para su aprendizaje y, en consecuencia, el proceso de aprendizaje será altamente motivador por sí mismo, más que por el logro de una calificación.
Padres y maestros deben conformar un verdadero equipo de trabajo donde colaboren en conjunto, participen y se comuniquen eficientemente respecto a los mejores caminos para que el alumno vaya alcanzando logros y conquistando metas, motivado por un ambiente sano, cálido, afectivo y cordial.
Carlos Armando Ávila Cota.
Psicólogo Educativo y Gerente Académico
de AMCO, Líder en investigación, desarrollo
e implementación de metodologías educativas.
Página en Internet: www.amco.me