noviembre 20, 2024

La pequeña Miss Sunshine y su familia disfuncional

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde

Una de las producciones más destacadas y una de las mayores sorpresas de los estrenos cinematográficos en 2006, lo fue indudablemente la producción independiente norteamericana Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine), disponible ahora en video.

Más allá de sus cualidades como pieza cargada de frescura y capacidad de inventiva, estamos frente a una obra valiosa y trascendente que nos ofrece una mirada aguda y crítica a la sociedad estadunidense.

A través del relato de una familia disfuncional, que no se ajusta a los moldes convencionales del establishment y de las conductas del puritanismo, se va delineando una serie de aspectos profundamente arraigados en la vida social, que son contemplados con una deliciosa visión sarcástica que incita a la reflexión.

La película se convierte así en un testimonio crítico contra la intolerancia, la imposición de normas en aras de lo políticamente correcto y la hipocresía que se esconde detrás de la supuesta defensa de los valores familiares tradicionales.

La ironía es el elemento clave de la narración, y como toda carga irónica, que es privilegio de la inteligencia, no es para todos los gustos, sino que va dirigida a un público afín a adoptar una postura más activa frente a la pantalla.

Resulta tan relevante como paradójico que sea esta familia disfuncional la que da una prueba de solidaridad grupal, de unión familiar, de entereza y generosidad, porque a fin de cuentas, el filme es un manifiesto revitalizador de aire progresista en pro de la diversidad sexual y de la rebeldía contra la imposición.

Los personajes que traza son seres entrañables, de carne y hueso, extraños, perdedores, loosers en un sentido literal del término, pero enteramente humanos.

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Enmarcada dentro de los cánones del subgénero del road picture, esta historia del viaje que realizan en una destartalada camioneta VW tan extraña y peculiar familia, para que su hija participe en un concurso de belleza infantil, se transforma en un lúcido y profundo retrato de la sociedad norteamericana.

Con un guión sólidamente estructurado, la película, dirigida por la pareja de Jonathan Dayton y Valerie Faris (esposos en la vida real), es una recomendación imprescindible, uno de esos destacados ejemplos de una obra pequeña que fue creciendo, ganando expectativas, cosechando premios por doquier y elogios unánimes de la crítica, convirtiéndose en uno de los filmes más redituables en su relación costo-ganancia, ya que de un presupuesto estimado de 8 millones de dólares logró ingresos, sólo en Estados Unidos, por 60 millones.

Asimismo, obtuvo el premio Spirit a la mejor producción de cine independiente y fue galardonada, sorpresivamente, como la mejor película del año por la asociación de productores, superando a Babel, que había obtenido el Globo de Oro, y a la ganadora del Oscar, Los Infiltrados (The Departed).

Nominada al Oscar como mejor película, recibió dos estatuillas de la Academia de Hollywood: al mejor guión original y al mejor actor de reparto, para el veterano Alan Arkin.

Una de las grandes revelaciones es la joven actriz de 10 años, Abigail Breslin, quien le da vida a la cinta y fue nominada al Oscar como mejor actriz de reparto.

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