noviembre 20, 2024

La Reina

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde

Una de las mejores películas de los últimos años es, sin duda, la producción británica La Reina (The Queen), un testimonio inteligente, sagaz, profundo y revelador de la reina Isabel II de Inglaterra.

Centrada casi en su totalidad en la semana que siguió a la trágica muerte de la princesa Diana, en el accidente automovilístico en París cuando trataba de eludir a paparazzis, la trama retrata la reacción de la monarca y su entorno, hasta el funeral multitudinario.

Lo que el filme construye es básicamente un drama intimista. En este sentido, al evocar una compleja personalidad, permite vislumbrar a una mujer extraordinaria, sometida a presiones, enfrentada a la adversidad, siendo víctima de su propia educación, obstinada en ser fiel a las tradiciones y encerrada en el dilema de comportarse de acuerdo con las normas protocolarias o adaptarse a las condiciones surgidas de la reacción popular.

Con mano firme, una admirable fluidez para hacer atrayente la descripción de conflictos interiores en lugares cerrados, la película es un ejemplo de habilidad narrativa, de oficio cinematográfico.

Afronta y sale avante de numerosos riesgos, derivados del hecho de contar historias muy recientes, muy frescas en la memoria colectiva y con personajes vivos. Sostiene su valor como documento histórico, al intercalar imágenes reales de Lady Di y de su entierro, con la recreación de los hechos.
Al evitar la narración lineal, el director Stephen Frears le imprime un tono de rigor histórico, y acrecienta el interés del espectador. El realizador de la célebre Relaciones Peligrosas reafirma su versatilidad con ésta que es su obra más redonda, lo que lo consolida como uno de los cineastas más brillantes de la actualidad.

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La Reina tiene un gran valor como manifiesto político de las relaciones de poder, como testimonio de la influencia de los medios de comunicación y su efecto mediático. Al mismo tiempo, logra una reflexión importante y siempre atrayente sobre la monarquía y su futuro en el antiguo imperio británico.
De manera particular, destaca la visión de la relación entre el primer ministro, el entonces recién elegido Tony Blair, quien llevaba unos cuantos meses al frente del gobierno, y la reina, la cual está trazada con astucia y rigor.

La objetividad es una de las virtudes del filme: no hay maniqueísmos, ni exaltaciones chantajistas. Hay personajes de carne y hueso, que reaccionan de manera natural. Isabel II es un personaje completo y hondamente humano, que insta a la comprensión.

Estamos, pues, ante un documento de gran trascendencia como visión política, como manifiesto social, como compulsa histórica, como reflejo del fenómeno de masas en que se convirtió la muerte de Diana de Gales. Como atestación del carácter humano, y sobre todo, como una pieza cinematográfica de alta calidad.

Desde luego, la película no sería lo mismo sin la presencia de la actriz inglesa, Helen Mirren, quien ofrece una interpretación soberbia, le valió este año el Oscar a la mejor actriz estelar.

En total, la cinta recibió seis nominaciones para el Oscar, incluso a la mejor película y dirección, además de guión original, vestuario y música.

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