El único saborizante son las lágrimas que corren a berridos por la cara roja, endiablada.
Caminar sobre el fuego no es tan difícil, te acostumbras. No hay oscuridad, de hecho, las luces son más fuertes de lo que se piensa. Aquí es el infierno, no hay tal en otro lugar.
A veces crees que ya lograste salir de él, pero el infierno va contigo, a todos lados; en forma de voz te susurra fracasos o fallas, tal vez te haga cometer errores de los que después te arrepientes, y justo en ese momento captas que estás bajo fuego.
El fuego quema, duele muchísimo, a mi nunca me ha gustado; y aunque hay formas de evadir el dolor, éste siempre regresa y más fuerte, con mayor potencia para verte caer, para hacerte llorar… Y el único saborizante son las lágrimas que corren a berridos por la cara roja, endiablada, que pide ayuda desesperadamente.
¿Las heridas? Sí, hay muchas heridas, porque el fuego lo único que hace es lastimar, así que sea por el sol o por la lluvia o el frío, las heridas del infierno aparecen cuando menos lo creías.
En ocasiones crees que ya te acostumbraste, porque la parte buena del infierno es generar una rutina acomodada para tus necesidades y los demás. La gente suele ignorar el sufrimiento hasta que le pasan cosas “malas”, aunque de por sí la maldad ya la hueles.
Violencia, acosos, murmullos de muerte, todo parece aplastar la imagen que tenemos de ver una vida llena de flores. Decepciones, acontecimientos desafortunados, muertes de queridos, idas y regresos, pobreza… La vida es un infierno, un dolor creciente que además de quemar, es latente y seguirá[.]