MIEDO AL CAMBIO
Tal parece que la historia de la humanidad, así como nuestra propia historia, se rigen por dos fuerzas aparentemente opuestas, aunque quizás complementarias: la permanencia y el cambio. El ejemplo más claro lo podemos encontrar en nuestro propio cuerpo que, desde que nacimos, ha sufrido grandes cambios que, además, van en aumento, a pesar de lo que hagamos para tratar de impedirlo. Pero sabemos también que ese cuerpo cambiante ha alojado siempre a la misma persona y que, aunque tengamos unos cuantos kilos más y una que otra arruguita que no estaba en nuestros planes, seguimos siendo en general las mismas personas que antes. Lo cierto es que la vida nos ha enseñado mucho y quizás ya no seamos tan ingenuas o tan inocentes; es más, seguramente no reaccionaríamos hoy de la misma manera que lo hicimos hace algunos años ante una misma circunstancia, pero, en esencia, seguimos siendo la misma persona de siempre.
Por otro lado, hay que reconocer que vivimos en una sociedad en la que, aparentemente, todo el mundo se encuentra en un desarrollo continuo y por ello el cambio es altamente valorado, ya que se considera el principal instrumento a través del cual podemos crecer y seguir desarrollándonos como personas, pareja, profesionista, etc. El cambio es bueno en sí y todo el mundo debería buscar la manera de cambiar para poder así tener éxito en la vida. No en balde los medios de comunicación se desviven tratando de ayudarnos para lograr esta meta. Por ejemplo, en medios dirigidos a mujeres frecuentemente encontramos artículos sobre la necesidad de “cambiar” de pareja o de trabajo, o consejos para poder “cambiar” nuestra relación amorosa, además de todas las indicaciones para “cambiar” de look, utilizar el “nuevo” maquillaje o peinarse de acuerdo con los “últimos” cánones de la moda.
En este sentido, resulta aparentemente extraño ver a tanta gente que presenta este sentimiento de miedo al cambio. De hecho son muy pocas las personas que conocemos que se realizan “cambios” (de casa, de pareja, de trabajo, etc.) de manera continua. Existen más mujeres a las que les cuesta bastante trabajo realizarlo, a pesar de que la lógica y el sentido común indiquen la necesidad de hacerlo. Por ejemplo, ¿Cuántas personas se quedan en un trabajo que no les gusta por miedo al cambio, cuando tienen todas las posibilidades de obtener uno mejor? ¿Cúantas parejas viven infelices y, ante el temor de un cambio en su cotidianeidad, prefieren quedarse calladas y nunca cuestionan su vida emocional? ¿Cuántas veces hemos querido experimentar algo nuevo, un peinado insólito, una ropa diferente, un viaje exótico, una experiencia sexual novedosa con nuestra pareja y no lo hacemos por miedo al cambio?
En gran medida, estos temores tienen su origen en la manera en que fuimos educadas. Aquellas a las que les permitieron experimentar y buscar sus propias respuestas y actitudes antes los retos de la infancia, posiblemente sean menos “miedosas” que aquellas que fueron sobreprotegidas o que no fueron educadas para tomar sus propias decisiones y responsabilidades.
El miedo al cambio, en cierta medida, puede también tener su origen en el miedo al rechazo, ya que el cambio abre la posibilidad de ser un poco o muy diferente a lo que uno es y, por lo tanto, nos exponemos a que las personas que son importantes para nosotros modifiquen sus actitudes y sentimientos hacia nosotros. Tendemos a pensar que si estas personas nos quieren por lo que somos, al dejar de serlo, aunque sea un poquito, nos van a dejar de querer.
Otro motivo por el cual le tememos al cambio es a causa de sus implicaciones respecto a la pérdida de algo difícil de definir pero con consecuencias que percibimos negativas en el plano afectivo. Todo lo nuevo que puede traer un cambio, se tiene que pagar con la pérdida de algo que quizás no nos llenaba emocional o profesionalmente, pero que al menos era conocido y seguro. Y es que todo cambio abre las puertas a lo imprevisto, a lo desconocido, a aquello sobre lo que tenemos poco o ningún control y esto provoca angustia.
No es fácil vencer el miedo al cambio. Para poder hacerlo es muy importante conocerse a sí mismo, analizar cómo hemos reaccionado ante situaciones anteriores de cambio, planeadas o imprevistas; darnos cuenta que son muchos los cambios que hemos vivido porque otras personas decidieron por nosotros modificar nuestra vida, por lo que hay que aprender de esas personas y de uno mismo para saber qué hacer ante la posibilidad de uno nuevo. Asimismo, hay que aprender a reconocer que los cambios no son buenos o malos en sí, que hay cambios que pueden ser buenos para unos y no tanto para otros, que algunos son necesarios y otros no, a pesar de lo que opinen los demás. Incluso, a veces basta con hacer pequeños cambios en lugar de uno radical; todo cambio conlleva riesgos que es necesario sopesar concienzudamente, y hay que ser responsable y coherente a la hora de realizar cualquiera, ya que la mayoría de las veces no hay vuelta atrás.
En la gran mayoría de los casos, las propias circunstancias de cada momento sobre los que no tenemos control, nos obligan a realizarlos. Por eso es importante aprender a observar y analizar los diferentes contextos para poder preverlos, para que no nos tomen por sorpresa y enfrentarlos de la mejor manera posible.
Un proverbio chino dice que lo único permanente es el cambio, que lo que nunca cambia es que siempre hay cambios, y que la única manera de sobrellevar esta contradicción es estando muy conscientes y alertas en todo momento, para ser parte de esos cambios, imprimir nuestro sello personal en ellos y,sobre todo, que nunca nos agarren desprevenidos.
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