La relación entre hermanos suele ser la relación más íntima, duradera y constante en la vida de las personas. Ésta influye de una manera decisiva en el desarrollo del niño, permeando las relaciones afectivas y sociales futuras. Asimismo, dura toda la vida, ya que se establecen vínculos especiales y se viven experiencias cargadas de afectos, las cuales dejan un aprendizaje importantísimo.
Tener hermanos es una oportunidad única para aprender a negociar por medio de las riñas, los juegos y los conflictos que surgen en la relación del día a día. Además, brinda la oportunidad de aprender a manejar y a controlar las emociones, ponerse en el lugar del otro y a sensibilizarse respecto a los demás. Las relaciones entre hermanos desde muy temprana edad están marcadas por el compañerismo, al compartir sus juguetes; pasando por la amistad, al confiarse sus intimidades en la adolescencia; hasta la compañía y confianza en una edad adulta. Los hermanos juegan, pelean, hablan, ríen, lloran y, sobre todo, comparten. Sin embargo, no todo es color de rosa; las peleas entre ellos son muy frecuentes y comunes, y deben ser asimiladas como tal, ya que si no, pueden desembocar en grandes heridas que perduran por el resto de la vida. Es por esto, que es muy importante que los padres faciliten un ambiente de amor y respeto frente a los hijos, brindando la atención necesaria que cada uno de ellos requiere, partiendo de que los hermanos tienden a ser diferentes, especialmente, en personalidad.
Cuando se tiene más de un hijo es muy común que en casa surjan problemas entre ellos, independientemente de la edad que tengan. Muchas veces por falta de comunicación no nos damos cuenta de lo que los niños piensan o sienten. Por ejemplo, suele ser común que los hermanos pequeños sientan que los mayores pueden hacer todo lo que quieren, y por otro lado, los hermanos mayores tienen la sensación de que el hermano menor es el centro de atención de los padres. Situaciones como éstas generan rivalidad, lo cual es completamente natural, dado que cada hijo lucha por ocupar un lugar en la familia y tener el amor de los padres; asociado a esto, surgen los celos, que son parte esencial de la relación.
Cuanto más cercanos afectivamente sean los padres con los hijos, y puedan entender por lo que están pasando, los niños resolverán mejor cada etapa y cada reto que enfrenten en la vida.
En cuanto a la relación entre los hermanos hay muchos retos y conflictos que solucionar; el primero de ellos es la llegada de un nuevo bebé a la casa. Los niños reaccionan de diferentes maneras, dependiendo mucho de la edad que tengan. Por ejemplo, a muy temprana edad, una reacción típica puede ser volver a chuparse el dedo, pedir biberón o hablar como bebé; o si es ya un poco mayor, se pueden presentar “berrinches” y la búsqueda incesante de la atención de la madre.
Conforme van creciendo, van surgiendo otro tipo de conflictos y rivalidades, por ejemplo a causa de juegos, juguetes, dulces, amigos, etc. Muchas veces no se sabe cómo resolver estas dificultades, y es ahí cuando los padres deben de ir guiando, poniendo límites e ir enseñando a los niños a resolver los problemas, sobre todo, por medio de la palabra, es decir, conociendo y expresando lo que sienten y piensan.
No hay que perder de vista que los hijos son diferentes entre sí, y que cada uno a su manera requiere amor, atención, límites y cuidados adecuados; que debemos abrir un espacio que permita la comunicación y la expresión de las ideas y los afectos, fomentando entre los hermanos una relación de igualdad y no de lucha. Cuando nos demos cuenta que algo está fallando, no hay que dudar en buscar ayuda, ya que el vínculo entre los hermanos es para toda la vida.
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