El trasplante de médula ósea es el estándar de oro para salvar la vida de pacientes con leucemia y otras enfermedades de la sangre, sin embargo, su práctica ha causado inmensas frustraciones tras gastos tan altos y esmerados cuidados, debido a la incidencia de infecciones invasivas que condenan a muerte al trasplantado.
De modo que cuando la sentencia de estas infecciones se convirtieron en el problema de cada trasplante, principalmente las producidas por hongos y que en términos médicos se identifican como infecciones fúngicas, “afortunadamente se encontró el diseño de una molécula para evitar más tragedias cuando ya estamos curando la leucemia”, dice el Dr. Gilberto Castañeda, investigador en farmacología del Cinvestav.
En términos que identifican su carácter alegre, el especialista nos explica:
“La médula ósea, que en la vida diaria conocemos mejor como tuétano y es más sabroso en tacos de salsa verde (ríe), es un tejido que se encarga de producir las células de la sangre. Contiene las famosas células tallo, las cuales se pueden convertir en cualquier otro tipo de célula.
“Según las necesidades del organismo, la médula ósea produce glóbulos blancos o rojos o plaquetas. Por ejemplo, si tenemos una infección, hay una señal del sistema inmunológico para que produzca muchos glóbulos blancos y de esta manera controle la infección.
“Si hay hemorragia, entonces produce más plaquetas para coagular o cicatrizar. Sin embargo, los enfermos de leucemia no tienen ese control, hay una proliferación de ciertas células, y antes de que hubiera el trasplante de médula, morían sin remedio”.
¿Cómo se lleva a cabo este trasplante?
Para esta cirugía, “se toma médula ósea de un paciente sano y al paciente con leucemia se le mata la médula y se le traslada el tejido sano del donante, de esta manera se logra obtener médula ósea sana y se cura la leucemia, aunque obviamente esto es carísimo y muy delicado”.
Sin embargo, “después de este penoso periodo y tanto gasto, aparecen hongos que matan al paciente debido al suministro de inmunosupresores que requieren todos los trasplantados, porque se reducen los glóbulos blancos y ataca lo que conocemos como infecciones fúngicas invasivas o Ifi’s, como les decimos en medicina”.
Las medicinas antifúngicas empezaron a desarrollarse durante la 2ª Guerra Mundial, “porque había muchos soldados que se morían por estas infecciones más que por balazos, como vivían hacinados entonces proliferaban las infecciones por hongos y eso llevó a crear estos medicamentos”.
Los hongos como las bacterias, desarrollan resistencia a los medicamentos, “y en el caso de los pacientes trasplantados ya no había opciones de curar las Ifi’s, hasta que gracias a la tecnología se diseñó una molécula específica que escapa a esas resistencias que crean los hongos”.
Este medicamento de diseño del siglo XXI, posaconazol, se desarrolló en base a la experiencia de fármacos que surgieron en los años setentas conocidos como “azoles”, por las letras finales de su nombre. “Ya no fue cosa de aventarlo al estómago y a ver qué curaba, sino que científicamente se creó como una molécula que va directo al blanco”.
De hecho, “lo mejor es que a Schering Plough le aprobaron la indicación también como profilaxis, de modo que ya no esperamos a que se infecte el trasplantado para dárselo, sino que suministramos el fármaco con antelación y evitamos la infección”, concluye el investigador.