El estrés crónico, el de todos los días, el que nos acompaña hasta cuando nos vamos a dormir, incrementa sustancias en el organismo como la catecolamina, que aumenta la función del corazón. Esto ocasiona que se cierren los vasos sanguíneos y haya una predisposición para que el corazón y las arterias se engrosen. También aumenta el cortisol, sustancia que provoca la pérdida de elasticidad venosa y predispone a la ateroesclerosis, que provoca rigidez de arterias y vasos, precursores para riesgos cardiovasculares mayores. Una persona que habitualmente tiene altos índices de estrés y además fuma, come y bebe alcohol en exceso, sin lugar a dudas padecerá de vasoconstricción e hipertensión arterial, que son factores de riesgo de infarto.