El preámbulo de cualquier romance implica el imaginar a la pareja sentados frente a la mesa escuchando música suave, a la luz de las velas o frente a una chimenea paladeando suculentos manjares y exquisitos vinos.
La Biblia plantea el inicio de la humanidad en el momento en que Eva aconsejada por la serpiente induce a Adán a probar el fruto prohibido: a partir de ese momento, el alimento adquiere una connotación de fundamental importancia en la simbología de la sexualidad.
Resultan infinitos los ejemplos bíblicos, mitológicos, religiosos o literarios que podríamos mencionar al respecto. Sin embargo, aún más numerosos resultan los estudios antropológicos realizados en diversas tribus de todos los rincones del mundo en las cuales se otorga al alimento diversas connotaciones simbólicas, tabúes o cualidades afrodisíacas.
Para estas culturas, resulta fundamental la simbología del alimento y su utilización en momentos específicos como la boda o la interacción de la pareja, en lo relativo a la capacidad pro-creativa, durante el periodo menstrual, el embarazo, la lactancia, el desarrollo o inclusive el duelo.
El alimento, además de nutrirnos, adquiere múltiples representaciones simbólicas.
La historia de la humanidad está llena de esfuerzos para controlar el apetito sexual, no obstante, los hombres y mujeres han intentado buscar alimentos que les ayuden a incrementar su deseo sexual, es decir alimentos afrodisíacos.
Ciertos alimentos tienen fama de que al consumirlos se incrementa el apetito sexual, sin embargo, el mito de que un alimento incrementa el poder erótico puede provenir de dos fuentes:
-La rareza o novedad de un alimento ya sea porque su disponibilidad es poco frecuente o porque proviene de tierras distantes.
-Porque poseen características morfológicas similares a los órganos sexuales tal y como sucede con el plátano, los ostiones, los camarones, los higos o los huevos.
Sin embargo, es inaudito desde la perspectiva científica considerar que por su forma un alimento puede tener propiedades afrodisíacas.
Fisiológicamente esto resulta aún más complejo ya que hasta la fecha no ha logrado comprobarse científicamente que alimento alguno contenga propiedades específicamente afrodisíacas; se sabe que hay alimentos como el vino, los quesos o el chocolate que elevan los niveles de las serotoninas en nuestro organismo, pero éstas son neurotransmisores cuya función es promover las transmisiones neuronales. Por lo que su función es incrementar la sensibilidad.
O quizás eleven el estado anímico y provoquen algún tipo de sensación de bienestar o de euforia, sin embargo, no significa que inciten específicamente mayor deseo sexual o que incrementen la capacidad orgásmica.
Incluso se ha comprobado que el instinto sexual, en la mayoría de los seres humanos, disminuye significativamente después de una comida abundante, e incluso se sabe que quienes abusan de alimentos ?hasta llegar a la obesidad? o quienes abusan del alcohol o las drogas, sufren una disminución de la capacidad y del instinto sexual debido a una pérdida de su producción hormonal.
Freud plantea que a nivel del inconsciente se intercambian simbólicamente los conceptos de sexo y alimentación, ya que desde las fases iniciales del desarrollo del bebé el acercamiento con la figura materna y la alimentación están vinculados y ésta representación simbólica permanece fijada a lo largo de nuestras vidas.
En nuestra semántica cotidiana es evidente que pese a la intensidad de las represiones, las connotaciones relativas a los alimentos emergen frecuentemente aplicándolas a la sexualidad. Es común escuchar expresiones como: ¡qué dulce!, ¡se siente riquísimo!, ¡te comería a besos!, o también resulta de lo más cotidiano escuchar frases como: “cocina tan bien como mi mamá”, “desde que me casé apareció la llantita de la felicidad”. Y ni qué decir de los múltiples nombres de alimentos que proliferan en nuestra picardía mexicana como sinónimos para denominar a los órganos genitales.
Socialmente el alimento puede significar estatus o bienestar económico, ubicación geográfica, identidad cultural e incluso da la posibilidad de ejercer influencia y poder político o socioeconómico; la representación de simbolismos mágicos o religiosos; aspectos gastronómicos o implicar modos de comunicación, de relación o de halago.
Pero cuidado con nuestra reacción la próxima vez que nuestra pareja nos traiga un chocolate y queramos responderle: ¿Cómo? ¡Estoy a dieta! Primero hay que valorar el simbolismo de lo que desea expresamos.
Se ha comprobado que el poder de la sugestión resulta muy significativo con respecto al efecto afrodisíaco de diversos alimentos. Ya sea desde la perspectiva mística, desde la fisiológica o desde la psicológica, lo único realmente comprobable es que una buena sexualidad sólo se logra con una buena compañía. Para alcanzar la intimidad se requiere de una buena relación de pareja, una buena comunicación, una buena complementariedad sexual y una grata convivencia. Esos son los elementos que realmente garantizan el poder erótico y funcionan como un buen afrodisíaco.