Desde que el tiempo es tiempo, la soledad es una de las causas más comunes de angustia en los seres humanos.
Según Platón, en “El banquete”, existían unos seres redondos con dos sexos llamados andróginos, de tal forma que podían ser hombre/mujer, hombre/hombre o mujer/mujer.
Sin embargo, Zeus dios del Olimpo, castigó a estas criaturas y las separó, generando en los seres humanos la necesidad de encontrar a ese ser que nos haga compañía y nos proporcione afecto.
Es posible que esa historia sea el origen de dos de las necesidades básicas del ser humano: la necesidad de afecto y la necesidad de pertenencia.
Ambas necesidades se mezclan ocasionando el gran miedo a la soledad que tenemos los seres humanos y ante el que algunas mujeres son capaces de aguantar a una pareja, aunque les maltrate y dañe su autoestima, y por otro lado existen algunos hombres que con tal de no estar solos son capaces de pagar por un poco de compañía o amor.
Como podemos ver, la manera en la que enfrentamos o evadimos la soledad hombres y mujeres es diferente, y lo es, en la medida en que la tendencia en la sociedad es a descalificar a una mujer sola y verla como espécimen raro a diferencia de cómo es visto un hombre solo.
Marcela Lagarde, antropóloga y feminista, define la soledad de las mujeres “como el tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras mismas”.
Sin embargo, es un hecho que esta búsqueda de “intermediarios o intermediarias” se debe en gran parte a que hemos sido educadas y educados para tenerle miedo a la soledad, nos castigan y amenazan con ella, sentimos lástima por una persona solitaria, la relacionamos con fracaso, la negamos y no la comprendemos como una opción voluntaria de vida, la descalificamos y la hacemos nuestra enemiga.
De tal manera que nuestros primeros encuentros con la soledad se convierten en encuentros cargados de emociones negativas, que persisten a lo largo de nuestra vida.
El miedo a la soledad es ancestral y universal, es un miedo que se encuentra en el inconsciente colectivo y que se manifiesta en todas las edades, en todas las orientaciones sexuales/afectivas y en ambos sexos, por lo que la soledad más que un concepto es una condición existencial inherente a todo ser humano.
A los mensajes cargados de temor a la soledad, en el caso de las mujeres se suman introyectos en forma de consignas como “no debes estar sola”, “no debes quedarte sola”, “no debes vivir sola”, “no debes salir sola”.
El impacto que estos mensajes y consignas tienen en algunas mujeres es que por un lado, limitan su capacidad para tomar decisiones porque existe la creencia de que al tomar decisiones pueden provocar el enojo de la persona que les acompaña y por ende quedarse solas.
Por otro lado, este miedo que puede a llegar a ser irracional, refuerza las dependencias en algunas mujeres cuando se mantienen en relaciones violentas y de maltrato para no estar solas.
El temor a la soledad simple y llanamente nos impide ser quienes realmente somos, e incrementa nuestras inseguridades.
La experiencia en la consulta psicoterapéutica me ha hecho constatar que algunas mujeres llegan a confundir soledad con desamparo o con desolación, lo que las asusta y llena de confusión, misma que niegan buscando compañía y protección fuera de ellas, como consecuencia de esto, les es difícil reconocer los recursos que tienen para acompañarse a sí mismas y empiezan a hacer suya una incapacidad que en el fondo no es del todo real.
Buscan generalmente la protección masculina así como las y los niños buscan la protección de una adulta o adulto, especialmente de mamá y/o papá, convenciéndose y creyendo que si están protegidas entonces evitan la soledad que les produce el estar consigo mismas.
El riesgo de esta búsqueda de compañía externa es que de tanto cobijarse en ella, algunas mujeres pierden la gran oportunidad de “auto-acompañarse”, de reconocer sus propios recursos y de fortalecerse.
Porque la sensación de desamparo que a algunas mujeres les provoca la soledad, se vuelve una realidad que terminan integrando como parte intrínseca de su ser mujer, sin darse cuenta que esa sensación de desamparo y miedo a la soledad no se supera con las capacidades y compañías de las y los otros, sino con la posibilidad de identificar, reconocer y valorar sus propios recursos al permitirse estar en soledad consigo mismas.
Coincido con Marcela Lagarde en que un punto de partida para erradicar el miedo a la soledad es “reparar la desolación en las mujeres”, y me parece que una forma de hacerlo es convertir a la soledad en nuestra aliada, en algo que nos genere bienestar y placer, colocándonos a nosotras mismas como el centro de nuestra existencia para darnos la oportunidad de construir nuestra autonomía.
Para hacerlo necesitamos vivir nuestra soledad, acompañándonos desde ella y con ella, no dejándonos seducir por las excusas que nos construimos las mujeres con tal de no sentirnos solas.
Construir esta autonomía no es una tarea fácil, pues requiere de mucha conciencia y disciplina para no caer en la serie de excusas o mecanismos de defensa que nos inventamos las mujeres para correr en busca de compañía y protegernos del miedo, angustia, desamparo y dolor que nos provoca sentirnos solas.
Estoy convencida de que un remedio para llenar el vacío existencial que nos genera la soledad es acompañarnos de nosotras y con nosotras, para que cuando estemos en compañía de otras y otros evitemos que ocupen nuestro espacio y seamos las mismas mujeres quienes habitemos nuestra soledad para poder estar en el mundo.
Página web: www.saludmentalygenero.com.mx
Fuente: CIMAC NOTICIAS