El prejuicio, anota el pensador: “Se caracteriza por seleccionar la información de tal manera que el sujeto sólo percibe aquellos datos que corroboran su prejuicio… De esta manera se ha inmunizado contra toda posible crítica…”. Acerca de la superstición anota: “… es etimológicamente la supervivencia de una creencia muerta, desbaratada, injustificable, pero que sigue influyendo en un sujeto que con frecuencia trata de justificar, si no la creencia, al menos su aceptación…”. En pocas palabras, la superstición son las ganas de creer. Le sigue el dogmatismo que “Aparece cuando una previsión queda invalidada por la realidad, a pesar de lo cual no se reconoce el error sino que se introducen las variantes adecuadas para poder mantener la creencia previa, que es de lo que se trata. Es así como se allana el camino para el fanatismo, que es “Una defensa de la verdad absoluta y una llamada a la acción…”.
Voltaire definió al fanatismo como “un celo ciego y apasionado que surge de creencias supersticiosas y produce hechos ridículos, injustos y crueles; y no sólo sin vergüenza ni remordimiento de conciencia, sino además con algo semejante a la alegría y el consuelo. El fanatismo no es más que la superstición llevada a la práctica”. Es el fracaso del diálogo, la comprensión y el entendimiento. Esta incapacidad de aprender, observa Marina, es muy común, y cita a Kissinger, quien dijo que “los políticos al llegar al gobierno no son capaces de aprender nada que vaya contra sus convicciones…”. Al final del día, el mundo es movido por creencias que sirven para interpretar la información y evaluar lo que nos pasa, y son las que dan contenido a nuestros sentimientos y expectativas: la creencia es el paso previo a la acción.
Ergo, cabe un llamado a que los mexicanos revisemos críticamente nuestras creencias.