Actualmente en México, la carrera de medicina se ha vuelto más femenina. De cada 100 médicos egresados, 52 son mujeres y 48 hombres. La feminización de la profesión médica es un fenómeno que se extiende por todo el mundo. En España son mujeres 7 de cada 10 nuevos médicos, y apenas 3 ó 4 son varones.
Hace unas décadas, la situación era inversa y abismalmente diferente.En los años 50s, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de cada 10 hombres que asistían, acaso 3 ó 4 eran mujeres. Cuando una mujer se atrevía a decir que quería estudiar medicina, sonaba como “una extraña ocurrencia”.
En ese contexto, hoy aquí les traemos la historia de una pediatra que logró convertirse en médico en una época en la que subir ese escalón era un verdadero triunfo, sobre todo para una mujer.
Ely fue siempre una mujer de objetivos claros y tiros precisos. Como dice el dicho, donde ponía el ojo ponía la bala. Su tezón y disciplina le llevaron a conseguir cada cosa que se propuso.
Desde pequeña, en algún momento decidió que iba a estudiar medicina. Vivía contiguo a una casa de un médico que todos los días salía con su maletín, muy importante él, y ella desde la ventana soñaba estar en contacto con las personas enfermas y poder ayudarles a mejorar.
Su mamá varias veces le trató de hacer ver que era una locura. En primer lugar eran muy privilegiadas las mujeres que lograban ingresar a la universidad. Corría el año 1956, y para entonces aún no se había conquistado ni siquiera el voto femenino en México.
Aparte, para estudiar medicina se requería no sólo ser muy inteligente y estar entregada por completo a los estudios, sino comprar libros muy costosos, es decir se necesitaba tener dinero.
-¿De dónde lo vas a sacar? -le dijo su mamá, quien prefería que estudiara para maestra; en esa poca daba prestigio estudiar en la Normal de Maestros.
-Voy a estudiar y a trabajar -se dijo a sí misma. Y así lo hizo.
“La suerte siempre me acompañó”
Encontró la manera de costearse la carrera. Una tía le ayudó a encontrar trabajo como escribana haciendo apuntes para los conscriptos que entraban al servicio militar en la Secretaría de la Defensa Nacional.
Una vez resuelta esa parte, se fue entonces con su certificado de la Prepa 1 que había estudiado en San Ildefonso -como era prepa de la UNAM tenía pase automático- y no tuvo problema para inscribirse a la Facultad de Medicina de la UNAM.
Ella le atribuye a la suerte el haber pronto conseguido un empleo y que su jefe fuera una muy buena persona que le permitió tener muchas veces la flexibilidad de horario para poder cumplir con el trabajo y los estudios.
A los 18 años nuestra Ely ya estaba en primer año de Medicina, tal como lo había imaginado. Su mamá ya no puso obstáculos y prácticamente se hizo a un lado.
Su papá fue quien la ayudó mucho durante la carrera. Recuerda que muy seguido ella llegaba muy noche, y él le ayudaba a prender el boiler para calentar el agua mientras ella merendaba, para que no se fuera a dormir tan tarde pues a esa hora es cuando se ponía a hacer tarea.
Su mamá se alejó; la veía inalcanzable
Desde entonces su mamá ya no volvió a cuestionarle, y de hecho se instaló en una permanente lejanía entre ellas. Ely inclusive llegaba a sentir feo que entre su mamá y sus hermanos había una relación muy cálida y cercana, pero con ella era más bien lejana y fría.
Lo interesante es que al final la doctora Ely se dio cuenta que más que rechazo o algo parecido, el sentimiento de su mamá hacia ella era más bien de admiración.
Un día Elisa se animó a preguntarle:
-¿Mamá por que nunca platicas conmigo como con mis hermanos?
-Es que me da pena contigo. Tu eres doctora y yo no tengo nada qué decirte.
Lo que pasaba era que su mamá ya la veía como inalcanzable. Era su hija pero la miraba hacia arriba como toda una profesionista respetable.
La Facultad les “curaba de espanto”
Como una de las poquísimas mujeres en la facultad, ella recuerda su primera etapa en la carrera como una época fuerte. Sobretodo en el primer año de Anatomía.
Eran como 70 alumnos, y de ellos como 9 ó 10 mujeres. La gran mayoría eran hombres. Por supuesto que el ambiente era naturalmente machista, por no decir misógino. Recuerda por ejemplo que cuando tocaba estudiar el aparato reproductor o el área genital, eran obligados los chistes y albures entre los estudiantes varones. Los hombres se carcajeaban, y las mujeres sabían que les correspondía asumir una actitud reservada y sumisa. Lo correcto era quedarse calladas. Eso a Ely, en lugar de amedrentarla, le daba más fuerza para continuar.
Otros momentos que recuerda como intensos fueron las sesiones de práctica con cadáveres. Ely era una chica retraída y no miraba para otro lado, estaba muy enfocada en sus objetivos; además, estudiando y trabajando, no disponía de tiempo para hacer amigos. Fue hasta el cuarto año de medicina que empezó a relacionarse con compañeras e hizo algunas amistades, en particular algunas doctoras -unas que ejercieron y otras que no- pero que hasta la fecha aún frecuenta.
También en la Facultad de Medicina conoció a quien después sería su esposo, otro universitario que se convertiría en traumatólogo, cirujano ortopedista, el Doctor Arroyo. Fue un buen hombre adelantado para su época porque con todo y la influencia de la época, él no sólo nunca se opuso para que su esposa siguiera ejerciendo como médico, sino que siempre la apoyó en todos los sentidos para su desarrollo profesional, algo que para esos años era de verdad loable.
Ambos terminaron la carrera al mismo tiempo y les organizaron un enorme fiestón porque para cualquier familia era un gran orgullo tener a un médico entre sus integrantes, y en este caso eran 2 médicos, y bien casados y con un futuro prometedor.
Ya cómo médico en activo, Ely pudo entrar a trabajar al Servicio Médico del Ejército, y en un ambiente entre militares y de muchas exigencias y restricciones encontró un camino para seguirse con la especialidad.
Se convirtió en una reconocida pediatra que en más de 30 años de ejercicio trató a generaciones de niños y niñas.
Hoy, ya jubilada, a sus 81 años, la doctora Ely puede sentirse bendecida por todas las oportunidades que le dio la vida, y puede decir con toda certeza que estudiar Medicina le permitió curarse de espanto[.]