Gracias al creciente desarrollo de la biotecnología, todo tipo de microorganismos, que en otra época sólo se temían por generar infecciones en el ser humano, en la actualidad son de vital importancia para la producción de diversos productos que uno ni imagina.
Por esa razón es que desde hace 38 años el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) resguarda la colección de cepas microbianas más grande de México.
Compuesta por 3,500 microorganismos, la Colección Nacional de Cepas Microbianas y Cultivos Celulares ha sido conformada por depósitos de diversas industrias de las ramas tequilera, vitivinícola, lácteos, panificación y farmacéuticas, entre otras, explicó Jovita Martínez Cruz, responsable de esta colección.
De acuerdo con Martínez Cruz, muchos de los microorganismos tienen un amplio espectro de uso. Por ejemplo, varias de las cepas de levaduras se utilizan en la producción de bebidas alcohólicas, para el caso de producción de medicamentos se emplean hongos filamentosos, levaduras o bacterias.
También pueden ser usados para la elaboración de compostas, mejoramiento de aguas y del ambiente, y para la producción de alimentos nutritivos, tal es el caso del yogurt o los quesos, productos donde fundamentalmente actúan los microorganismos.
Entre otras aplicaciones, mencionó la experta microbióloga, están el uso de bacterias para degradación de materiales. De hecho, hay un programa de obtención de metales preciosos a partir de bacterias, y también en la producción de vacunas. En el caso de los hongos filamentosos –otro tipo de microorganismos-, vale decir que gracias a ellos se pudo descubrir la penicilina, pues éstos son grandes productores de fármacos.
Las microalgas se utilizan para el tratamiento de aguas residuales, también para producir compuestos específicos que ayuden a fijar el nitrógeno del aire, y así aplicarlos a la agricultura para evitar el empleo de fertilizantes orgánicos.
Otra de las aplicaciones es el uso de microorganismos para control de plagas. Incluso, las cepas microbianas se usan en el campo de la estética, pues producen toxinas como el conocido botox, tan empleado en el campo de la cosmetología.
A pesar de su amplio espectro de uso, explicó Jovita Martínez, “los investigadores seguimos tratando de averiguar en qué más se pueden emplear estos microorganismos, que requieren de cuidados extremadamente especiales para que no pierdan sus propiedades o no se contaminen”.Aseguró que no podría haber biotecnología sin microorganismos. De hecho, dijo, muy poca gente conoce los alcances tan grandes que tiene esta colección, compuesta por grupos tan diferentes entre sí como bacterias, hongos filamentosos, levaduras, microalgas y algunos protozoarios.
La mayoría de las cepas de la colección del Cinvestav se conservan en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero. Sin embargo, los expertos del Cinvestav emplean 15 diferentes métodos de conservación, entre ellos la liofilización y el uso de soportes inertes como la tierra, vermiculita, arena, agua destilada, aceite mineral, entre otras, ya que cada cepa se comporta de manera totalmente diferente.
“No es lo mismo conservar una bacteria que pertenece a un grupo de microorganismos menos evolucionada en comparación a una levadura o microalga que son seres más avanzados”, dijo la profesora, quien señaló que exploran más formas para almacenarlas y reproducirlas.
Los científicos tienen la obligación de depositar los microorganismos que emplean en sus investigaciones en una colección certificada por el registro de la Federación Mundial de Cultivos Microbianos (WFCC), como la del Cinvestav. Esto, para que los experimentos puedan ser reproducibles por la comunidad científica y sean avaladas las publicaciones que se generen.
Pese a la importancia de las cepas para la industria y la salud de la población de un país, considera que faltan especialistas en este campo, comentó Jovita Martínez, quien lamentó que dicha labor es poco reconocida en México.
La colección de cepas del Cinvestav se integró formalmente en 1974, bajo la dirección de Carlos Casas Campillo, con un total de 128 cepas. Para 1977 fue reconocida internacionalmente por la WFCC con sede en ese entonces en la Universidad de Queensland, Australia.