¿Qué es ser un hombre?, ¿existe una manera correcta de serlo?, ¿acaso nunca te has preguntado quién estableció que tenías que ser fuerte, valiente, trabajador, responsable, económicamente exitoso, proveedor nato, autoritario –especialmente con las mujeres-, pretender que todo lo sabes y todo lo puedes, y reaccionar siempre violentamente ante una agresión física o verbal?, ¿quién habrá inventado que los hombres no lloran, ni sienten, ni se conmueven, ni experimentan la ternura?
Todos estos comportamientos te fueron inculcados. Los aprendiste por imitación. Porque nuestra sociedad, la mexicana y muchas otras en el mundo, dicta ciertos cánones de comportamiento que funcionaron durante muchos siglos, a lo largo de la historia, para hacer rodar el mundo. Por ejemplo, en la época en que las mujeres estaban obligadas, por diferentes causas, a permanecer en casa embarazándose y criando hijos, los hombres eran los únicos proveedores, porque no existía la posibilidad de que las mujeres se ganaran el sustento, como hoy. En tiempos remotos, cuando no había una sociedad organizada que protegiera el orden y la seguridad de las personas, la violencia y la agresividad eran una herramienta fundamental de supervivencia entre los grupos humanos. Los hombres, siendo físicamente más fuertes que sus mujeres e hijos, actuaban como animales salvajes defendiendo a los suyos de los depredadores.
Pero las cosas han cambiado desde entonces, y estas características también se han ido transformando, aunque no de manera muy profunda. Hoy en día, por ejemplo, con el cambio de roles que han experimentado las mujeres a partir de la 2ª. Guerra Mundial, cuando se integraron al mercado laboral, muchos hombres ya no tienen que ser los responsables únicos de llevar dinero y comida a la casa. Sus mujeres colaboran con sus propios ingresos, y a veces incluso se sienten realizadas llevando a cabo el trabajo que les permite ser proveedoras de su casa. La realidad estadística nos dice que, en México, una quinta parte de los hogares tienen jefas de familia, es decir, son las señoras quienes se hacen cargo de mantener a la familia.
La fuerza bruta también ha perdido prestigio. Hoy, la violencia se reconoce como algo innecesario, como una violación a los derechos humanos del agredido, como un defecto de carácter de algunos hombres que no aprendieron a controlarla. Y sin embargo, se sigue haciendo uso de ella para abusar del poder sobre la pareja más débil, por lo general –aunque no exclusivamente-, la mujer. De esta forma, de ser un rasgo que, en algún momento en el pasado servía para proteger a los suyos, la agresividad masculina se fue transformando en una manera de imponer la autoridad de la peor forma. También ha sido sustituída por otras muestras de poder, como la acumulación de riqueza, el éxito profesional, los automóviles ostentosos, y en general, la posesión de objetos o posiciones que dan status.
Este es el tipo de comportamientos y “cualidades” que se esperan en un hombre para considerarlo masculino. Y pueden resumirse en una frase: ser capaces de ejercer el poder. Pero, ¿realmente crees que ejercer el poder sea indispensable para ser masculino? ¿No será posible compartirlo con equidad con la pareja? ¿Tener hogares en los que la convivencia armónica y el amor sean más importantes que tener la razón o el poder? Sería tan relajante…
Esa es la palabra clave en la masculinidad como se ha entendido tradicionalmente: poder. Su costo, ha sido muy alto para quienes han tenido que ejercerlo como un requisito para sentirse aceptados, para sentirse hombres, para sentirse masculinos. A menudo, ejercer el poder requiere de reprimir las emociones por considerarlas femeninas, lo que eventualmente causa mucho sufrimiento en el mismo hombre, o en los seres a quienes más ama. Algunos varones, cuando sienten amenazada su posición de poder, utilizan la violencia con tal de no perderlo. En ocasiones, ellos mismos se dan cuenta de lo dañino que esto es para sus relaciones, pero no encuentran alternativa ante la amenaza de perder lo que consideran inherente a la masculinidad. “En realidad, su conducta violenta obedece a la creencia equivocada de que es un ser superior y que tiene derecho a obligar, incluso por la fuerza, a las personas que juzga como inferiores a él para que hagan lo que él quiere.”
Para muchos hombres, cumplir con todas estas expectativas es muy estresante. Para empezar lo es simple y sencillamente porque los hace actuar de acuerdo a expectativas ajenas, no propias. Y en segunda instancia porque muchas de ellas son expectativas que van en contra de sus propios valores. Esta incongruencia genera confusión, culpa y mucha insatisfacción.
Lo más importante de esta reflexión es justamente incitar a la autobservación. Es fundamental comprender que la masculinidad no existe. Es decir, que no existe en singular, como una noción predeterminada a la que haya que apegarse. » ‘La masculinidad como algo monolítico (hombría) no existe: sólo hay masculinidades, muchos modos de ser hombre’. Estos modos de ser hombre y por lo tanto de masculinidades nos llevan a concluir que además del modelo predominante ‘hay tantas formas masculinas de fracasar como formas masculinas de tener éxito.’”. Hay muchas maneras de ser hombre, tantas como varones en el mundo. Cada ser humano, hombre o mujer en todo caso, tiene un compromiso consigo mismo: el de ser congruente e íntegro, que son dos cualidades que fomentan las relaciones honestas, respetuosas, armónicas y de equidad. También generan mucha paz y sosiego internos, estados mentales y emocionales indispensables para ser felices.
Entonces… ¿en qué consiste tu masculinidad?