En la mitología, la maternidad está representada por diosas con un gran poder de fertilidad y reproducción. Las diferentes civilizaciones glorificaron a la maternidad desde las primeras etapas de la evolución, a través de una gran cantidad de símbolos, leyendas y relatos.
En el México prehispánico, los nahuas poseían una serie de deidades relacionadas con la fertilidad, la maternidad y el alumbramiento. Cihuacóatl, divinidad mitad serpiente mitad mujer, fue la primera en parir, considerada por ello protectora de los partos y, en especial, de las mujeres muertas al dar a luz llamadas Cihuateteo, quienes eran divinizadas y honradas como hombres muertos en combate. Parir era considerado un tipo de batalla y sus víctimas se honraban como guerreros caídos. Su esfuerzo físico animaba a los soldados en la lucha y por ello acompañaban a los guerreros muertos al paraíso y guiaban la puesta de sol por los cielos del poniente.
En la mitología mexica, Chalchitlicue, «La de la Falda de Verde Jade», era la diosa de los lagos y corrientes de agua. También era patrona de los nacimientos y desempeñaba un papel importante en las ceremonias de purificación. Tlazoltéotl, del náhuatl que significa «Devoradora de la Mugre», diosa de la impureza, de la tierra, de la luna, del amor carnal, el sexo y el nacimiento, era la deidad que eliminaba el pecado del mundo y la más relacionada con la sexualidad y la inmoralidad. Esta diosa mostraba las contradicciones de los valores morales sobre la feminidad y las relaciones sexuales en la sociedad mexica: traía el sufrimiento con enfermedades venéreas y lo curaba con la medicina; inspiraba las desviaciones sexuales pero a la vez tenía la capacidad de absolverlas; y todo ello siendo diosa madre de la fertilidad, del parto, patrona de los médicos y a la vez diosa cruel que traía locura. Es curioso observar que la dicotomía sexo-maternidad aún está presente en el imaginario de muchas mujeres y hombres actuales. A la madre se le pide una serie de cualidades (pureza, amor incondicional, entrega, sacrificio) que nada tienen que ver con el placer sexual.
En la vida cotidiana mexica, la concepción se asociaba con el acto sexual, pero para que este fuera fecundo era necesario que bajara del cielo una pluma o una piedra preciosa que sería el corazón y el tonalli (destino) del bebé, la cual era entonces un regalo de los dioses.
A la embarazada se le prodigaba una cuidadosa atención por parte de sus familiares y en especial en el último trimestre era puesta bajo el cuidado de una ticitl o médica, quien recomendaría la dieta, los ejercicios y las prácticas higiénicas destinadas al buen curso del embarazo. Era común el uso de Temazcalli para antes y después del alumbramiento. La posición para dar a luz era en cuclillas y la ticitl acompañaba y ayudaba en todo lo necesario. Incluso era capaz de practicar embriotomías en el caso de que el producto muriera y se buscara desesperadamente salvar a la madre.
Si el alumbramiento era exitoso, la ticitl lavaba a la criatura a modo de purificación y enterraba el cordón umbilical en el fogón de la casa si era niña o lo entregaba a los guerreros para que fuera sepultado en el campo de batalla, si era niño. Si el bebé moría antes de ser purificado y ofrecido a las divinidades, entonces el dios Tláloc lo acogía y lo llevaba al Tlalocan en donde era alimentado por el árbol de las tetas (chichiquáhuitl) en donde esperaba hasta encontrar un mejor momento para regresar al mundo.
En aquel tiempo, la mortalidad materna era del 50%, cifra idéntica que en el resto del mundo. Ésta fue descendiendo significativamente hasta finales del siglo XIX y principios del XX en la medida que la medicina avanzó y se lograron controlar las hemorragias uterinas, las cesáreas exitosas, así como el descubrimiento de los antibióticos que controlaron las muertes por fiebre puerperal. Sin embargo, aún hay pérdidas lamentables que se pueden evitar con prevención, cuidado y atención de calidad.