Cuando vemos a una pareja damos por hecho que entre ellos existe una relación de confianza. Con esto entendemos que él o ella está seguro(a) de que su pareja estará ahí cuando la necesite y que nunca le haría daño. Sin embargo, en la realidad no siempre se cumplen estas expectativas; al contrario, muchas parejas sufren de falta de seguridad en el otro, en la relación o en uno mismo.
En primer lugar, se puede dar un sentimiento de desconfianza, creada por una infidelidad en la pareja. Con esto entendemos tanto un engaño cometido, como la sospecha de que pudo haber ocurrido o puede ocurrir en un futuro. Este tipo de desconfianza es uno de los temas más comunes cuando se habla de problemas de pareja y es innegable el daño que esto provoca a una relación. Pero, ¿qué lleva a una persona a engañar a su pareja? ¿Cómo reacciona una persona a la que “le ponen el cuerno”? ¿Cómo recuperar la confianza cuando esto ocurre?… Las respuestas pueden ser muchas pero es importante analizar, en primer lugar, de qué manera desarrollamos un sentimiento de confianza en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea.
En segundo lugar, y ligado a lo anterior, está la cuestión de tener confianza en las capacidades de la pareja, es decir, creer que nuestro compañero/a puede “hacerla en la vida”, en situaciones diversas como en el seno familiar, en lo económico, social, etc. Por ejemplo, dudar si mi pareja podrá o no tener éxito en un nuevo negocio; o si es capaz o no de cuidar y educar a los hijos como yo quiero, entre otros.
Para entender por qué las personas confían o no en sus parejas debemos saber primero cómo aprendemos a confiar en los demás. El psicoanalista Erik Erikson estudió que la capacidad de confiar en el mundo que nos rodea se adquiere en el primer año de vida. Es a través de nuestras primeras experiencias con nuestros padres y cuidadores que podemos adquirir la seguridad de que vivimos en un ambiente confiable y protector. Es aquí cuando uno aprende a confiar en los demás, aún en situaciones difíciles; a creer que lo van a cuidar y respetar, y que nadie busca lastimarlo. Además, otras experiencias importantes determinarán nuestra capacidad de confiar. Por ejemplo, una persona que vivió una infidelidad o divorcio de sus padres puede desconfiar de su propia capacidad de vivir en pareja o sospechar del sexo opuesto y pensar que “todos los hombres son iguales”. Aunque esto suceda en la niñez, ejerce su influencia en la relación de pareja y es entonces cuando entendemos por qué hay personas muy celosas o convencidas de que “les van a poner el cuerno”.
En la vida de una pareja siempre habrá situaciones que provoquen desconfianza. Por ejemplo, los problemas económicos pueden hacer que un hombre se sienta poco apoyado y criticado por su pareja; O en el caso de una mujer, tras el paso del tiempo, puede llegar a pensar que su pareja la va a dejar alguien más joven. No obstante, aunque los cambios son inevitables, hay formas de fomentar la confianza:
1. Comunicación. Fomentar un espacio donde expresar las necesidades, deseos e inconformidades. Esto incluye tanto transmitir lo que me pasa como escuchar lo que me dicen, aunque no siempre me guste.
2. Construir la relación. Tener pareja no es algo estático; por lo tanto, hay que mantener “viva” la relación, tener actividades en común y seguir conociéndose.
3. Evitar caer en absolutos. Más de una vez nuestra pareja hará algo que no nos guste, y nosotros lo haremos también. Es importante evaluar la gravedad del asunto para evitar caer en absolutos. Por ejemplo, si mi pareja miente por algo que considero de poca importancia eso no lo convierte en un mentiroso sin remedio. Será necesario hablar las cosas para entender por qué lo hizo y cómo resolverlo.
4. Pedir ayuda. Se pueden dar situaciones que no sabemos cómo resolver como por ejemplo, una persona tan insegura de sí misma que está convencida de que su pareja la engañará; un hombre o mujer tan celoso que desconfía hasta del viento, o una pareja en la que hubo una infidelidad y no saben cómo reconciliarse. Probablemente ante estas y otras situaciones nos sentiremos rebasados o “atados de manos”, por lo que es útil acudir a un espacio de terapia emocional.
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