Cuando una persona presenta algún tipo de malestar físico es normal que acuda con un médico especialista para averiguar la causa de dicha afección y así, posteriormente, encontrar la solución al problema. Sin embargo, existen casos en los que después de una adecuada revisión médica, nos encontramos con que aparentemente no hay un motivo claro desde el punto de vista médico que justifique ese malestar, y no sólo eso, sino que, en ocasiones, escuchamos frases como “lo que le está pasando es psicológico” o “el problema es emocional”. Tal puede ser el caso de algunos padecimientos comunes como dolores de cabeza, taquicardias, enfermedades gastrointestinales (colitis, gastritis, etc.), afecciones en la piel (dermatitis, etc.). Pero, ¿puede ser que algo que sucede a nivel emocional se pueda reflejar en nuestro cuerpo y que llegue incluso a provocar una enfermedad?
Para responder a esta pregunta es importante aclarar qué es la angustia y cuál es su relación con el cuerpo, para posteriormente comprender cómo una situación de corte emocional puede acarrear consecuencias a nivel fisiológico, así como identificar las circunstancias que nos podrían predisponer a una situación de este tipo.
En términos generales, la angustia constituye un estado afectivo de carácter negativo o displacentero, que funciona como señal de alarma ante un peligro desconocido, que puede o no presentarse en la realidad. Podemos sentir angustia ante la simple idea de algo que pudiera pasar, a pesar de que no esté sucediendo realmente en ese momento. Ahora bien, es muy importante establecer la diferencia que existe entre la angustia y el miedo, ya que en éste último sí tenemos identificada la fuente que provoca el temor; sin embargo, la característica principal de la angustia consiste en no saber a qué nos podemos enfrentar, y es precisamente por ello que se torna tan desagradable el sentirse angustiado.
Dependiendo de la fuente que provoca la angustia, así como de la intensidad con la que ésta se presenta, también suelen manifestarse signos a nivel fisiológico, como sudoración, taquicardia, mareos, sensación de que se nubla la vista, respiración agitada o sensación de que falta el aire, opresión en el pecho, etc. De esta manera, vemos cómo un acontecimiento de corte emocional viene acompañado de señales de alarma a nivel corporal.
Por otro lado, también es importante destacar que a partir de estas señales, la angustia puede derivar en otros padecimientos de corte orgánico.
Existen muchas situaciones en la vida cotidiana que generan angustia, tales como una entrevista de trabajo, iniciar una relación de pareja, presentar un examen, exponer un proyecto en el trabajo, la actual crisis económica global o los brotes de enfermedades respiratorias como la influenza. Una persona podrá sentir o no angustia, dependiendo de las herramientas y fortaleza con las que cuente para hacerle frente a situaciones de la vida diaria. Tal vez para cierta persona sea muy estresante un cambio de trabajo, sin embargo este hecho puede ser de lo más normal para otra.
No obstante, es de suma importancia poder identificar y hacer consciente la fuente original que provoca la angustia, así como su relación con la realidad psíquica y emocional particular del individuo, ya que, generalmente, la angustia se presenta por causas de las cuales un individuo no tiene conciencia. Es decir, si una persona se siente sumamente angustiada porque tiene que cambiar de lugar de residencia, probablemente en el fondo la fuente original de la angustia no es el cambio en sí, sino las consecuencias que éste pueda acarrear, tales como una mayor responsabilidad, la separación de sus seres queridos, el temor de fracasar ante un nuevo proyecto, etc. Y son estos últimos aspectos sobre los que será fundamental trabajar, con el fin de que esta angustia no crezca cada vez más.
Ahora bien, cuando no se detecta la fuente original de lo que provoca la angustia, sucede que el cuerpo puede comenzar a ser partícipe de la situación, y entonces emitirá señales cada vez más intensas de que algo no está del todo bien. Si no podemos hablar ni hacer consciente el motivo que genera la angustia, el cuerpo tratará también de “expresarse”, por medio del trastorno de alguna de sus funciones. Para evitar lo anterior, es muy importante identificar en primer lugar si la causa del malestar es realmente de tipo orgánico. De lo contrario, se recomienda iniciar un proceso terapéutico, con el fin de tener la oportunidad de explorar qué factores de la vida diaria así como de la historia personal del individuo están provocando esta afección en el cuerpo, al grado de convertirse en el depositario de aquello que nos angustia pero que no sabemos a ciencia cierta qué es. Una vez identificada la fuente de la angustia podremos trabajar sobre sus consecuencias e implicaciones, para despojar poco a poco al cuerpo de un malestar psíquico que no tuvo otra manera de expresarse.