Un niño o una niña desarrolla su autoconcepto y autoestima a partir de sus relaciones con las personas con las que convive desde su nacimiento, iniciando en el hogar con sus padres y, posteriormente, en la escuela, a través de la relación con maestros y compañeros.
La percepción que un niño tiene de sí mismo se construye conforme crece e interactúa con el medio social. Los niños pequeños se ven a sí mismos en relación a cómo los tratan y a la interpretación que él mismo hace de la comunicación con sus semejantes, es decir, lo que los demás “dicen” de su apariencia física, de su nombre, de lo que hace y lo que no puede hacer.
La escuela se convierte en el segundo espacio de convivencia más importante después de la familia, por ello, las relaciones interpersonales que se establecen aquí son un factor determinante para formar la autoestima. La escuela es un laboratorio de la vida donde, con amigos y maestros, se puede dar el ambiente propicio para desarrollar en el niño cualidades positivas, complementando así lo que se vive en su hogar.
Por ello, no se debe olvidar que la relación entre iguales es una ventana que provee información importante sobre la forma en la que los demás nos perciben. Al contrastar esa percepción con la propia, se revelan una serie de características que identifican al niño algunas veces de forma positiva y otras de forma negativa.
Conforme crece el niño va descubriendo que él y las demás personas tienen una identidad, un pasado, una historia propia, igual o diferente, y es en este momento preciso, cuando la influencia de un modelo o modelos positivos en el niño –padres comprometidos, maestros facilitadores- ejercen su influencia en la forma en que el niño se valora así mismo.
Para la formación de la autoestima es de suma importancia el salón de clases, ya que ahí se construyen muchas de las relaciones personales más importantes: las amistades estrechas repercuten en el crecimiento, ya que se comparten secretos, experiencias, deseos y, con ello, aumenta la capacidad de empatía y de comprender a los demás.
Una guía efectiva de las relaciones interpersonales y del manejo de la inteligencia emocional dentro del salón de clases promoverá valores y actitudes positivas al momento de la interacción. La autoestima surge al observar el reflejo en el otro, como si fuera un espejo.
Los alumnos con mayor autoestima tienen mayores posibilidades de triunfar en la escuela y un autoconcepto positivo sugiere actitudes favorables a la escuela, al maestro, a la metodología y al aprendizaje en general. Con base en lo anterior, es importante que el espacio donde se aprende sea un terreno fértil para cultivar y propiciar relaciones personales sanas, duraderas y agradables.
Si los niños y jóvenes obtienen respuestas positivas a su desempeño, su autoestima se elevará aun cuando su quehacer haya sido erróneo. Por ello, el papel que juega el maestro es fundamental, ya que los alumnos se comparan entre ellos, miden su estándar respecto a su igual, además de la reacción verbal y no verbal de sus padres, sus mejores amigos, sus líderes y sus maestros. Si un maestro es positivo, motivador, con altas expectativas de sus alumnos, con planeación y material didáctico apropiado para cada lección, no estará únicamente guiándolos hacia un conocimiento, sino que estará “enseñando para la vida”.
El gran objetivo de la educación es la manifestación de todo el potencial de los niños y niñas. Un niño que se sabe capaz y amado es un niño feliz y, la felicidad, a través de una autoestima sana, lo llevará a querer aprender durante toda la vida.
*Carlos Armando Ávila Cota.
Psicólogo Educativo y Gerente Académico de AMCO, Líder en investigación, desarrollo e implementación de metodologías educativas.
Página en Internet:www.amco.me