El éxito

El éxito siempre ha sido algo difícil de valorar. Por un lado tiene que ver con el peso que nosotros le damos a nuestras acciones y, por el otro, el valor se ve marcado por el ambiente que nos rodea. Estos puntos, tan diferentes entre sí pero que son imposibles de separar, crean la dificultad de poder disfrutar de él.

A nivel social es inevitable que se encuentren fallas a lo que uno hace, lo cual provoca que si no tenemos capacidad de tolerancia y de comprensión, difícilmente lograremos encontrar placer en nuestras creaciones. Y es aquí donde cabe preguntarnos, ¿qué tanto valor le damos a lo que hacemos? Claramente no existe una medición estandarizada gracias a la cual podamos saber que lo que hicimos merece o no llamarse éxito, así que nuestro único punto de referencia es nuestro propio mundo interno. He aquí el mayor problema ¿qué tanto disfrutamos de lo que hacemos?

En este sentido, disfrutar del éxito es algo que viene de nosotros; es decir, se trata de poder darnos la libertad de querer aquello que genuinamente sale de nuestro interior. No obstante, existen momentos en donde esa libertad se ve atacada, como si existiera temor a disfrutarla. Es en estos momentos donde surge el sentimiento de culpa, lo que dificulta hacer cosas y verlas de una manera realista. Esa culpa puede tener un mar de razones que nunca podrán saberse a menos que pongamos atención en “escuchar” aquello que duele, aquello que ha marcado una historia por un sin fin de años.

Este temor puede llegar al extremo de perjudicar la creatividad de una persona, y, en ocasiones, logra que a la hora de hacer cosas ni siquiera lo intente; podríamos decir que este temor puede convertirse en una acción negativa, en un intento de destrucción de la actividad creadora que todos tenemos dentro, por lo cual es necesario que estemos constantemente al pendiente de qué tanto este miedo paraliza las acciones y ha comenzado a romper parte de nuestro instinto de crear y conocer.

Disfrutar del éxito puede verse imposibilitado cuando nos fijamos metas difíciles de lograr. Por ello, debemos tener, no sólo los pies en la tierra, sino también los pensamientos, ya que hay veces que nos olvidamos que, aunque nuestras aspiraciones sean grandes debemos fijar metas reales y que se puedan cumplir. Por momentos queremos aquello que a lo mejor rebasa nuestra capacidad en ese momento, porque todo lo que hacemos queda lejos del “objetivo máximo” que nos hemos fijado, se nos olvida y queda en el aire, carente de valor..

No obstante, también existe el punto contrario; la gente que “disfruta” de lo que hace y que devalúa al otro. Aquellos que creen que cualquier cosa que hacen tiene un valor tan grande que resulta ser muy significativo para todo el mundo. En estos casos, estas personas se manejan con una “fachada de supuesto disfrute”, cuando realmente no tienen la capacidad de ver la parte real de las cosas; por lo tanto, no se disfruta del éxito porque este éxito, en esencia, es una falsedad.

Finalmente, el haber alcanzado un gran éxito no es algo que deba “invadir” todos los aspectos de nuestra vida.

Lo importante es no dejar que las fallas nos limiten, tenemos que tener la capacidad para poder continuar intentando, claramente no todo lo que hagamos será oro, pero en este continuar posiblemente cada vez nos veamos más cerca de llegar. Recordemos que el éxito es el poder disfrutar de lo que uno es, lo que uno “realmente” es. Es el darle un valor a lo que nosotros creamos y poder disfrutar de estas creaciones, por más pequeñas que parezcan, tiene un peso impresionante en nosotros porque crecemos junto con ellas, nos conocemos gracias a ellas.