Uno de los puntos más importantes a resaltar en lo que concierne al desarrollo infantil es la trascendencia que tienen los primeros años en el devenir del infante.
Dicha trascendencia es un hecho comprobado en múltiples y diversos estudios, pues incluso se ha difundido el conocimiento para favorecer la estimulación adecuada del bebé, contribuyendo a su desarrollo motor, intelectual y socio-emocional.
En la actualidad existen instituciones que ofrecen el servicio de estimular a los pequeños con personal especializado para ello, e incluso muchos padres de familia, empiezan a involucrarse en esta labor mediante talleres o cursos, o con base en material bibliográfico, aplicando las estrategias necesarias para estimular una u otra área dependiendo de la edad de su hijo.
Así pues, esta es una posibilidad que empieza a estar al alcance de muchos. No obstante, muchas veces no se aprecia hasta qué grado son importantes los primeros años, pues es cuando el cerebro crece con mayor rapidez y las experiencias que ofrece el entorno repercuten, sea en forma positiva o negativa, en la capacidad para aprender y almacenar información.
El moldeamiento que recibe el cerebro por efecto de las experiencias del entorno, se denomina “plasticidad cerebral”. Dicho moldeamiento cobra tal importancia, que por mencionar un ejemplo, en caso de daño cerebral sea por desnutrición crónica o alguna otra causa, el cerebro es capaz de recuperar funciones si recibe la estimulación adecuada y oportuna. Así pues, pese a que las neuronas no se regeneran, la plasticidad cerebral ofrece posibilidades de rehabilitación.
Se impone la cuestión de cómo se puede saber si el niño tiene daño cerebral o no, a fin de procurarle el apoyo adecuado y oportuno. En primera instancia, para cualquier infante, es necesario tener conocimiento detallado de las circunstancias en que tuvo lugar el embarazo, el parto y la adaptación de los primeros meses de vida. Por lo tanto, si la madre y/o el padre de familia se consideran “olvidadizos”, pueden recurrir al registro de los acontecimientos o situaciones conforme se vayan presentando; por ejemplo, la duración exacta del embarazo en semanas, los malestares o problemas que padeció la madre durante el mismo, etc.
Además es importante tomar en cuenta la “calificación” que obtiene al momento del nacimiento; dicha calificación recibe el nombre de Apgar (debido a la pediatra que la ideó) y consiste en un puntaje que oscila entre 0 y 10, a partir de varios aspectos: la presencia de reflejos, la respuesta respiratoria, el tono muscular y la coloración de la piel.
El puntaje máximo corresponde a excelentes condiciones, mientras que una calificación menor a 5, indica problemas e, incluso, la necesidad de estrategias de resucitación. El Apgar puede ser un primer indicador de posible daño neurológico.
Cabe agregar que durante los primeros años de vida, la valoración frecuente del pediatra es una práctica no sólo deseable sino obligatoria, pues es quien puede detectar cualquier problema en el desarrollo del niño, y prescribir las medidas pertinentes a realizar.