Nuestra experiencia del mundo puede ser tan agotadora, que es necesario encontrar espacios creativos para experimentarnos a nosotros mismos desde nuestra naturaleza más sencilla y más profunda.
La meditación es una forma de permitirnos vivir una forma distinta de estar en nuestras vidas, en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Nos permite acercarnos a nuestra esencia y comprendernos desde nuevos lugares.
Se define como meditación a la acción intencionada de concentrar la mente en un punto de enfoque mediante la utilización de la respiración, los mantras, los mandalas o cualquier elemento que sirva como centro de nuestra atención.
Meditación incluye un estado de alerta en relajación
Lo anterior, es un paso difícil de lograr, ya que la relajación, para muchos de nosotros implica un estado de inconciencia: nos relajamos cuando estamos dormidos, cuando sentimos que nos pensamos en nada, cuando evadimos a la mente. En el estado meditativo, nuestra mente se mantiene despierta y observante, mientras nuestro cuerpo es experimentado como una casa cómoda y sólida en la cual habitar en paz.
Meditar no es poner la mente en blanco o experimentar un estado inmediato de placidez o elevación. La meditación es un trabajo constante de construcción, por lo que se convierte en una experiencia personalísima e irrepetible para cada meditador. Cada quien a su propio tiempo, en su propio lenguaje y desde su propia mente, cuerpo y alma.
Existen muchos enfoques meditativos y cada persona debe atender a aquel que le representa mayor facilidad, profundidad o bien en el cual se siente más integrada.
La mayoría de las experiencias meditativas tienen como objetivo el dominio de la mente. Es decir, dejamos que nuestros pensamientos fluyan y permanecemos abiertos a ellos para conocerles, dejarlos pasar y con esto permitirnos estar abiertos para que se despliegue nuestro ser más verdadero. No escapamos de aquello que pensamos, puesto que forma parte de lo que somos, sino que le abrimos paso para poder dimensionarlo y con esto conectarnos con aquello que también está, además de nuestras ideas y que nos habla íntimamente de nuestra esencia.
Al meditar, no escapamos de nuestra naturaleza humana, no negamos la mente, sino que nos damos cuenta de ella y la utilizamos amorosamente para poder reconocer nuestro potencial infinito ubicado más allá de lo que pensamos. Nuestra mente se convierte en un fiel sirviente.
Cuando dejamos de luchar con nuestros pensamientos y decimos sí al torrente de ideas que fluye en la mente, es posible dejar espacio para entrar en contacto con nuestros sentimientos, con nuestro cuerpo y con nuestra alma. Nuestra energía no está puesta en evitar un pensamiento, sino en dejarlo pasar y regresar con calma a nuestro centro de atención, lo que va abriendo espacios cada vez más grandes para que nuevas experiencias emerjan.
Esto representa un trabajo constante. El cuerpo, se convierte en nuestro vehículo más importante. El trabajo meditativo comienza por calmar el cuerpo. Esta quietud puede inquietar a la mente y es aquí donde es necesario encontrar un punto de atención: una imagen para observar, un mantra que recitar, un sonido que repetir, nuestra respiración.
En este punto es posible experimentar la mente como un árbol lleno de changos que hacen ruido constantemente y brincan de una rama a otra, mientras nosotros somos capaces de no detenernos a mirar a uno en específico o sentirnos apabullados por sus chillidos, sino a vivirnos con el ruido mientras ponemos nuestra atención en aquello que hemos elegido. Abrimos la puerta para entrar a nuestro propio espacio de silencio interno.
La llave para abrir esa puerta puede ser la respiración. Una respiración larga y profunda puede ofrecerte todos los elementos necesarios para la meditación, ya que aligera el cuerpo, permite aquietarlo y es un excelente punto de concentración.
La práctica constante de la meditación facilita entrar en ese estado cada vez más rápidamente. Meditar entonces ya no será una experiencia limitada a un espacio específico del día, sino que será posible vivirnos en permanente estado meditativo.
Por esta razón, es importante buscar un espacio específico y destinar un tiempo también específico para la meditación. Puedes comenzar con tres minutos diarios e irlos creciendo hasta llegar a 25 a 30 minutos de meditación al día.
Esto, sin embargo, no significa que sacrifiquemos la experiencia si nuestros horarios nos restringen, al contrario. No debemos olvidar que la meditación es un estado interno que nos une a una experiencia más amplia de nosotros mismos, por lo que debemos insistir en su práctica para conseguir la maestría. Tres minutos de meditación en tu oficina, son mejores que no haber meditado.
John Main, experto meditador, al referirse a la meditación indica que la práctica nos aclara la verdad fundamental de que la mente es un órgano para la verdad y el corazón un órgano para el amor y al meditar logramos devolver al hombre la unidad que conforman y que permanece latente dentro de nosotros.
Rutina saludable
Ejercicios para meditar
1 Colócate en postura fácil, es decir, sobre el piso con las piernas cruzadas al frente. Si esta postura se te dificulta, puedes permanecer sentada en una silla con ambos pies apoyados en el piso y, el peso de tu cuerpo, distribuido en ambos lados de tu cuerpo. Tus hombros deberán estar relajados y tu cuello estirado. Esto significa que tu barbilla no deberá estar apuntando hacia arriba.
Pon especial atención a tu columna vertebral. Esta deberá estar relajada y recta, sin curvas que generen presión en la zona lumbar. Una correcta postura te permitirá estar alerta durante la meditación.
2 Coloca tus manos sobre tus piernas con las palmas hacia arriba. Cierra tus ojos y observa tu postura. Vigila que todo tu cuerpo esté cómodo y relajado. Puedes cubrirte con una manta de fibras naturales para mantener la temperatura del cuerpo durante la meditación.
3 Comienza a respirar profundamente. Trata de llevar el aire hasta el estómago de manera que se infle como un globo; después, llena tus costillas y posteriormente tus pulmones. Exhala de tal manera que lo primero que vacíes sean tus pulmones, cierra tus costillas y posteriormente aprieta tu ombligo para sacar todo el aire sobrante. Inicia nuevamente.
4 Concéntrate en el sonido de tu respiración, mientras te das tiempo de vigilar la postura de tu cuerpo. Permanece así dejando pasar tus pensamientos por 20 minutos.
5 Al terminar, comienza a mover tus manos, gentilmente mueve tu cuello y reincorpórate suavemente al movimiento.