diciembre 26, 2024

Trastornos de la Alimentación y la salud mental

Luisa Maya Funes
Luisa Maya Funes

El primer mandamiento de la moda dicta: “sé esbelta y triunfarás”, visto desde cualquier perspectiva mantener la línea representaría la clave del éxito absoluto, pero ¿qué implica ser delgada? ¿cuál sería la figura ideal? ¿cómo saberlo? ¿será esto sinónimo de salud mental?

Es ahí donde surge el desconcierto y se pierden los límites entre lo que constituye la salud mental y la lucha por mantener el bienestar físico y la auto aceptación.

Surge la confusión respecto a si la estabilidad emocional se representaría al mantener una figura esbelta y adecuada o, una constitución, ya sea semiesquelética o corpulenta: ahí se presenta una distorsión de la imagen corporal que puede traer consecuencias catastróficas tanto a nivel psicológico como fisiológico a causa de la obsesión por alcanzar y mantener la “figura ideal”.

Estas acciones se llevan al extremo, que el organismo se torna incapaz ya de tolerar los alimentos debido a los problemas metabólicos causados por la falta de nutrientes o los padecimientos provocados por el abuso de medicamentos ¿llegar a estos extremos podría considerarse salud mental?¨.

Un caso típico de anorexia nerviosa seria el de una adolescente que se niega a comer más de tres bocados al día acompañados quizás de medio vaso de agua.

Es que no tengo hambre -repite aunque llegue a los 30 kilogramos de peso-. Ella podría seguir sacando buenas calificaciones en la escuela, su situación en el hogar es tan normal como lo ha sido siempre, su vida social sigue siendo la misma pero, sencillamente, se resiste a comer, ¿será eso salud mental?

La presión emocional ejercida por el bombardeo de información para mantener una imagen corporal perfecta, origina una terrible ansiedad que se canaliza mediante el hecho de comer compulsivamente; luego surge el remordimiento que lleva a conductas poco congruentes como sería el laxarse en forma obsesiva, provocarse el vómito o ingerir diuréticos; el exceso de ejercicio, dejar de comer o exponer la salud física mediante el uso de dietas extenuantes o tratamientos externos que arriesgan la salud, como sucede en el caso de las anoréxicas.

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Algunos psiquiatras descubrieron que, por una gran variedad de razones, ese tipo de pacientes no aceptan convertirse en mujeres adultas con las responsabilidades que esto implica; por su imagen escuálida siguen viéndose como niñas.

“Si no como, no creceré; si no crezco, no llegaré a adulta”. Este incongruente razonamiento de naturaleza inconsciente o el temor a subir de peso en las chicas con severa obesidad infantil, puede ser el factor desencadenante de este terrible padecimiento que evidentemente interfiere con su salud mental.

La bulimia se expresa como una necesidad imperiosa de comer desenfrenadamente, se presentan episodios frecuentes en los que aparece un sentimiento incontrolable de angustia, agresividad o emociones intensas que exigen una compensación inmediata y que se canaliza a través de la comida.

La bulímica devora los alimentos con agresividad, sin importar su sabor, textura o consistencia hasta hostigarse, pues, el acto de comer le permite reprimir su terrible ansiedad.

Entonces un nuevo temor, -“¿tendré la voluntad para parar de comer?”-. Se siente harta de tanta comida, ya no puede moverse, se ahoga, se siente impregnada de sabores, salado, grasoso, dulce… todo mezclado, se asfixia, se siente una “gorda horrorosa”, se fuerza a tomar algo más que le reduzca la sensación de nausea y malestar, un vaso de leche, bicarbonato… ¿Qué? ¿Para que comer tanto?, ¿Cómo controlarlo?, ¿Cómo harían los romanos viviendo entre banquetas y orgías?

La bulimia se presenta usualmente en mujeres de forma crónica y reincidente a lo largo de varios años, mientras que la anorexia nerviosa se presenta generalmente durante la etapa adolescente y se limita a un solo episodio que, si no es frenado oportunamente, evoluciona hacia la muerte.

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En contraste existen otros padecimientos en los que la pérdida de control respecto al consumo alimentario resulta más evidente como lo es el caso del comedor compulsivo y del obeso.

Los obesos generalmente comen en exceso de manera permanente lo cual provoca su sobrepeso, mientras que el comedor compulsivo puede presentar o no sobrepeso, ya que su problema se debe a que por ansiedad presenta atracones, es decir: episodios repentinos de ingestión de una gran cantidad de alimentos durante periodos muy breves de tiempo. Durante estos episodios se sienten incapaces de parar de comer, hay una sensación de pérdida de control y posteriormente pueden llegar a sentir culpa, pero no presentan conductas autoagresivas como lo hacen las anoréxica o las bulímicas.

Tanto en el niño como en el adulto, el alimento puede representar la compensación ante la falta de afecto, el aislamiento o un estado depresivo.

En la mujer, los distintos episodios de su vida sexual son también ocasiones para abandonarse a excesos en la alimentación, utilizamos la comida para compensar situaciones difícilmente soportables como sería la primera menstruación, el embarazo, la vida sexual insatisfactoria, la menopausia, el desamor o el duelo; con un buen pedazo de pastel o un chocolate o una bolsa de papas se podría sustituir la compañía, la falta de apoyo, la soledad o la relación pérdida.

Todos estos trastornos de la alimentación aparecen con frecuencia en las biografías de individuos que han padecido desavenencias profundas, con una madre a menudo corpulenta, autoritaria, sobreprotectora y/o perfeccionista, que toma más en cuenta la comodidad física del hijo que sus necesidades de afecto y un padre generalmente distante, más enfocado en su trabajo y en sus necesidades personales que en escuchar a su hija(o).

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¡Hago esto por ti! ¡Es por tu bien! son frases escuchadas frecuentemente durante su infancia, ¿pero realmente sirve para saciar sus necesidades afectivas?

Comer en exceso o comer “bien” implica para el niño someterse a los deseos de su madre, que no está satisfecha hasta que su hijo ya no puede mas” mientras él se siente afectado por su rechazo.

Comer representa para el chico el camino más fácil para recibir el indispensable cariño de sus padres, sin embargo, comer en estas condiciones no lo encamina hacia el remordimiento y la autosatisfacción de sus propias necesidades y, menos aún, hacia alcanzar los procesos de individuación, autonomía y salud mental.

El reconocimiento de las necesidades corporales, la capacidad de discernir entre la sensación de hambre física o emocional resulta determinante para la autoaceptación y, por ende, de nuestra salud mental.

Aprender a distinguir entre nuestras necesidades de alimento o de afecto; adquirir la conciencia para cuidar de nuestra salud física, de nuestro cuerpo y de nuestra imagen corporal son sinónimos de salud mental.

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