Empecemos por lo primero; debemos entender la dependencia emocional como una condición psicológica en la cual un individuo manifiesta una preocupación excesiva y perjudicial por lo que piense, haga, diga y le suceda a una persona en específico o a un grupo, esta última llamada dependencia social.
La codependencia es algo parecido, pero la diferencia entre una y otra reside en este curioso aspecto: ese sentimiento de apego (positivo o negativo) viene de dos lados: hay dos o más individuos involucrados, manejando el mismo tipo de dinámica unos con otros, y cada lado de la moneda parece ser muy distinto del otro, al grado de encontrar el equilibrio sólo cuando están juntos.
Mucho se habla de la codependencia entre las parejas, pero ¿sólo ocurre ahí? Expertos de Emotions Life Center nos ejemplifican un poco este tema desde otra perspectiva: la codependencia entre familiares, amigos e, incluso, compañeros de trabajo.
Hablando de cuestiones familiares, podemos ilustrarlo con un ejemplo común: una madre aprensiva y sobreprotectora y un hijo sumiso, miedoso e incapaz de dar un paso o tomar decisiones por sí solo.
Retratando un poco el ámbito de la amistad, pongamos de ejemplo a dos amigas. Una de ellas es atractiva y muy segura de sí misma. La otra es poco agraciada y algo tímida.
Siempre están juntas; es raro que vayan a algún lugar sin que la otra esté ahí, y si lo hacen, no se siente cómoda ninguna de las dos. La que es aparentemente segura necesita de su compañera “más débil” para reforzar su autoimagen de control, superioridad y poder.
La tímida necesita de la otra porque estar cerca de ella le brinda una sensación de seguridad y aceptación, como si estando con ella estuviese protegida del resto del mundo “malo” y se le abrieran puertas sociales a las que no tendría acceso por sí sola.
Vayamos ahora a un ejemplo entre colegas de trabajo. Se encuentra el compañero del equipo que es toda una chispa: suele caerle de maravilla a todos en la oficina, es creativo y saca su trabajo de manera óptima, aunque lo deja todo para el final, pero a menudo se mete en problemas por ser demasiado inquieto, ruidoso o despreocupado.
Y está este otro que es muy responsable con su trabajo y siempre sigue todo al pie de la letra, pero no tiene tantas habilidades sociales para comunicar sus ideas o creatividad para hacer propuestas nuevas y asertivas.
Quizá no es que estos dos se vayan a comer juntos diario o que salgan a divertirse después del trabajo como grandes amigos, pero dentro de la oficina tienen una dinámica en la que, sin el otro, ciertamente se sentirían perdidos.
El señor responsable le ayuda al otro a tener en orden las tareas en su cabeza y a no olvidar sus pendientes, y el señor Chispita le ayuda a su compañero a relajarse y pensar las cosas de una manera distinta cuando el estrés le cierra el camino.
El codependiente suele tener, de hecho, la idea convincente de que es necesario para el otro, y asume este rol de “salvador” o “contraparte equilibrante” que se olvida de sí mismo con tal de entregar al otro lo que considera que necesita o requiere.
Incluso puede llegar al grado de manipular emocional y psicológicamente al otro para dejarle bien en claro que “sin él/ella, no es nada”; por lo general, ese otro tendrá exactamente la misma percepción de manera inversa, de aquí el término que todos traemos en boga llamado “él tóxico o la tóxica”.
En términos prácticos, el codependiente cree que su bienestar se encuentra en el bienestar del otro y por ello se olvidan de su individualidad y lo que ésta conlleva.
He ahí la importancia de identificar rasgos que apuntalen hacia este trastorno y trabajarlos o tratarlos, ya que en casos extremos puede atentar contra la vida de los demás o la propia.