El mes pasado, los líderes de los países del G-20 se reunieron en Los Cabos, Baja California, para discutir los temas financieros y económicos más apremiantes que el mundo encara actualmente.
Algo que debería haber estado en su agenda es la salud y el bienestar de niñas y mujeres, un factor crítico para alcanzar el desarrollo sustentable y el crecimiento económico.
Las mujeres brindan enormes beneficios sociales y económicos a sus familias, comunidades y naciones, por lo que invertir para salvar sus vidas es la mejor inversión que cualquier país puede hacer.
No obstante, demasiadas mujeres mueren en todo el mundo durante el embarazo y el parto por causas que son completamente prevenibles. Solamente en 2010, cerca de 8 mil mujeres y niñas perdieron la vida en Latinoamérica y el Caribe debido a complicaciones relacionadas, directa o indirectamente, con el embarazo.
Recientemente, más de 200 tomadores de decisiones, defensores y expertos se reunieron en una Consulta Regional sobre Salud Materna, con el fin de evaluar las lecciones aprendidas, las mejores prácticas y los retos a futuro.
La reunión, llevada a cabo en la Ciudad de México, y organizada por el Grupo de Trabajo Regional para la Reducción de la Mortalidad Materna (GTR) y la organización global Women Deliver, tuvo como objetivo reunir recomendaciones clave para mejorar la salud materna en América Latina y el Caribe, tanto en la actualidad como en el futuro.
Como sabemos, cada región del mundo es única: su gente, su cultura, su lenguaje, sus costumbres, su genética, y su estructura demográfica por edad. Incluso cada uno de los países que componen una región, y las poblaciones dentro de cada país, encaran retos únicos y diferentes.
Ha habido progreso en nuestra región. La mortalidad materna en América Latina y el Caribe ha disminuido de 12 mil en 1990 a 8 mil en 2000, y la proporción de muertes maternas bajó de 102 a 75 por cada 100 mil nacidos vivos.
Sin embargo, aunque la mortalidad materna ha disminuido en una tercera parte, la tasa de reducción anual fue de 1.5 por ciento, una cifra que está debajo del promedio mundial.
No obstante, el mirar únicamente las “tasas promedio” de reducción de mortalidad materna en la región oculta la falta de avances en áreas marginadas y poblaciones indígenas.
Por ejemplo, las hemorragias posparto están muy bien controladas en algunas áreas urbanas, pero en áreas rurales o marginadas el sangrado excesivo aún es la principal causa de muertes relacionadas con la maternidad.
Para asegurar que estamos en el camino adecuado para alcanzar nuestras metas, debemos implementar mediciones adecuadas y precisas para la mortalidad materna creadas a la medida de nuestra región. Incluso entonces necesitaremos asegurarnos de que estas mediciones reflejen la situación de cada país en lo individual.
En la mayoría de los casos, los niveles de ingreso y educación son empleados para indicar si las metas de desarrollo están siendo alcanzadas.
Sin embargo, con la mortalidad materna, otras historias y cifras son necesarias para saber si se han logrado avances, incluyendo: la calidad de la atención durante el parto, la atención prenatal, los niveles de acceso a anticonceptivos y las tasas de natalidad en adolescentes, las cuales involucran una alta posibilidad de embarazos de alto riesgo.
La prevención de embarazos en adolescentes en América Latina y el Caribe, por ejemplo, sigue siendo un tema particularmente difícil.
La tasa de natalidad promedio en el mundo es de 38 nacimientos por cada mil mujeres menores de 20 años, pero la tasa promedio en América Latina y el Caribe es 1.6 veces más alta que para el resto del mundo.
Las altas tasas de embarazos en adolescentes retrasan el avance en la reducción de la mortalidad materna, y reafirman que la región debe fortalecer las medidas preventivas entre las y los adolescentes.
Después de dos días de discusión, quedó claro que la región debe incrementar la inversión en la salud de niñas y mujeres con el fin de prevenir todas las muertes y generar desarrollo sustentable.
Esto implica garantizar el acceso universal a los servicios de salud reproductiva para toda la población, especialmente a las y los jóvenes; asegurar la disponibilidad de servicios de salud esenciales para las mujeres en situación de vulnerabilidad, con particular atención a las más pobres, indígenas, afro-descendientes y jóvenes; además de promover un mejor acceso y disponibilidad de métodos anticonceptivos modernos para toda la población.
Los gobiernos de la región también deben hacerse responsables y rendir cuentas sobre los objetivos que se han trazado. Esto únicamente podrá ocurrir cuando las y los ciudadanos puedan entender mejor y rastrear los avances en la materia: hay demasiadas muertes maternas que no se registran ni se cuentan.
Por ello, debemos trabajar para promover la creación de sistemas nacionales de vigilancia con el fin de monitorear tanto la incidencia como las causas –directas e indirectas– de las muertes maternas, así como para estandarizar las formas de evaluación de la salud materna y reproductiva.
La consulta, llevada a cabo en la Ciudad de México, constituyó una oportunidad sin precedentes para que los actores clave de la región pudieran aprender de experiencias pasadas y fijar prioridades para el futuro.
Hoy toca a los líderes del mundo adoptar estas recomendaciones. Los miembros del G-20, que recientemente se reunieron en México, deben darse cuenta del importante papel que desempeñan las mujeres como agentes económicos.
Ha llegado el momento de garantizar la salud y el bienestar de niñas y mujeres y de hacer de ello una prioridad global. Invertir en la salud de las niñas y las mujeres paga; es la mejor inversión que se puede hacer. Cuando las mujeres sobreviven, las familias, las comunidades y las naciones prosperan.
*Profesor de Salud Global del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington, y ex director de Información de Salud de la Secretaría de Salud en México.
CIMAC