- Por inercia aprendida. Un porcentaje alto de personas adultas fueron educadas tradicionalmente en el silencio sexual. En la infancia no tuvieron una orientación y la posibilidad de comunicarse con adultos; y al no romper con esta dinámica, lo que hacen es repetir lo aprendido con niños y niñas.
- Por asociar lo agradable del cuerpo al “pecado”. Cuando las personas han aprendido a sentirse culpables por aquello que disfrutan, pueden pensar que el placer es algo reprobable. Suelen transmitir sus propias ideas y prejuicios al respecto.
- Por considerar que solamente los expertos pueden enseñar o hablar del tema.
Esta idea tiene que ver con una concepción complicada de la sexualidad. Se piensa que sólo algunas personas expertas pueden educar en sexualidad.
Es verdad que la ayuda de libros o de expertos es un punto de apoyo, pero resulta muy conveniente que los adultos que conviven cotidianamente con niñas y niños se hagan responsables de este aspecto, pues son los que están más cerca y pasan más tiempo con ellos.
Hay que tener presente que siempre se está educando en sexualidad a niños y niñas, inclusive a través del silencio.
- Por creer que al hablar de sexualidad se corre el riesgo de “despertar” el instinto sexual. Nada más lejano de la realidad que la creencia anterior. En diferentes estudios sobre sexualidad, está comprobado que la educación sexual clara y sin prejuicios favorece un mayor conocimiento de sí mismo. Del mismo modo, el vivir sin temores frente al cuerpo, a los sentimientos y a las sensaciones, suele ampliar los recursos de comunicación.
La información obtenida puede, a largo plazo, entre otras cosas, disminuir los embarazos no deseados.
Referencias
- Manual para la acción: Prevención de abuso sexual de niñas y niños. Una perspectiva con enfoque de Derechos, patrocinado por Pfizer, México 2007.