No, qué va! Fea no, ¡horrorosa, espantosa, terrible! Y es que me ponga lo que me ponga me veo gorda como un elefante, y tengo la cara como pozole. ¡Y apenas ayer pensaba que no estaba tan mal!… pero hoy amanecí hecha un auténtico monumento a lo grotesco, un adefesio, ¡un asco!
La mayoría de las chavas sabemos lo que es tener un día de ésos: hagamos lo que hagamos nos sentimos irremediablemente feas.
¿Pero qué pasó? Anoche te metiste entre las sábanas bella y radiante, y esta mañana te miras como si te hubiera pasado una aplanadora encima. Te sientes sencillamente espantosa. Claro que sí eres la del espejo, ves tu misma cara… ¿por qué este cambiazo?
Ese diablito llamado ego
Tengo una amiga que es modelo, guapísima, y padece el mismo síndrome. Jamás olvidaré su imagen en el espejo, poniéndose en la cara un kilo de maquillaje y repitiendo sin parar: “estoy hecha un asco, espantosa, horrible, ay, te juro que me cambiaría por la primera mujer que se me pusiera enfrente”. Y la primera apareció: doña Mati, la señora de 62 años que ha hecho del vecindario su hogar; le basta arrastrar su viejo carrito de supermercado con miles de bolsas y chunches, acomodarse en un quicio, ¡y ya está, ahí dormirá hoy! No pude más que sonreír malévolamente. ¿En serio te cambiarías?… ¡Órale, quiero verlo!
Apostarle todo al aspecto es reflejo de una actitud súper narcisista: “yo soy lo que aparento ser”. “Mi valor radica en mi apariencia”. “Lo importante está en la superficie”. Tanta exigencia de que la mujer sea “bella” nos ha dañado terriblemente.
En contrapartida, los hombres no sufren tanto como nosotras. La mayoría de ellos, de hecho, no necesitan de un coro que les repita insistentemente que están guapísimos, maravillosos e irresistibles. Saben que su papel en la vida no depende directamente de cómo luzcan, y no dejan que ninguna sombra de duda se interponga entre ellos y el espejo. Tienen muy claro que el éxito no va ligado al aspecto físico.
¿Qué pasa con nosotras, chavas? ¿No va siendo hora de vivir menos vanidosamente, menos pendientes de la mirada aprobatoria de los demás? Estas alteraciones en la percepción del aspecto que tenemos están relacionadas con la fragilidad de la autoestima.
Ráscandole tantito descubrimos que justamente en esos días hay una total falta de confianza en nosotras mismas, lo que a su vez provoca mal humor, mucho mal humor. Nuestro ego crece a tal medida que pierde pie. Nos exigimos ser absolutamente hermosas e irresistibles ¡o nada!
Haz un repaso de tus conocidos y date cuenta que no son guapísimos, pero todos tienen algo bello. Las personas que no tienen una belleza clásica siempre tienen algún atractivo, algo que les da el buen ver.
Dafne, quien trabaja en un despacho de Contabilidad, no toleraba su nariz, así es que se la operó. Debo decirte que ése era su sello, lo que la distinguía de las demás; ahora tiene una vulgar nariz pequeña y respingada, y desde un helicóptero se nota que es hechiza.
Ella pensó que todo cambiaría quitándose “el defecto”. El problema es que no se operó el cerebro (¡je!), perdón que no se operó ningún cambio en su actitud, no le dio por prepararse más, por cambiar el humor de perros que la caracterizaba, y las cosas en su vida siguieron igual. Ahora está pensando en implantarse pómulos, y luego tal vez rellenar sus labios con colágeno, pero aunque lo haga jamás va a ser feliz con su imagen mientras no se acepte tal y como es.
Liliana tiene una mancha de nacimiento que le tapa la mitad de la cara y gran parte del cuello y escote. Lo cubría con maquillaje, pero llamaba más la atención, así que acudió con una dermatóloga y con cremas y tratamientos, mucho menos costosos y penosos que los 3 kilos de maquillaje que utilizaba, ha logrado desvanecerla. Ahora se siente mejor, y apenas se nota, pero aún tiene esos días.
Tienes que enriquecer tu interior
Por más que nos hagamos cambios aquí o allá, lo único que nos hará sentir mejor es enriquecer nuestro interior. La felicidad no puede separarse de la belleza. ¿Acaso te has sentido espantosa cuando tienes un romance? ¡Seguro que no!, porque estamos radiantes, nos brillan los ojos, el cabello luce sedoso y el cutis es como de porcelana. Nos sentimos amadas. Lo mismo pasa con las que acaban de dar a luz; a pesar del esfuerzo, dolor y cansancio, lucen maravillosas.
¿Por qué no comenzar a querernos en serio, dándole el valor a lo verdaderamente importante? Liberarse del estrés sirve, y mucho. Tengo varias amigas que cuando se liberan de malas relaciones, de trabajos fastidiosos, de problemas, lucen mucho mejor.
Un buen comienzo es dejar de actuar como esclavas de cánones de belleza convencionales y superficiales; por eso somos despiadadas con nosotras mismas cuando algún rasgo nuestro no es compatible con las reglas establecidas. Y extrañamente sólo las aplicamos a nosotras mismas; incluso admiramos lo que otras detestan de sí mismas: un cabello extremadamente ondulado, unas piernas llenas y bien torneadas, unos ojos orientales, un cabello negro azabache, un color de piel moreno bronceado…
La verdadera belleza es algo profundo, algo relacionado con la generosidad, la verdad, la seguridad y la fuerza. Volvamos a mirarnos en el espejo. Si nuestra cara es la que a nuestros amigos les gusta ver, que adora nuestro galán y que refleja nuestras alegrías y los sinsabores de nuestra niñez y juventud, ¿no será verdad eso de que todas las mujeres somos bellas?