Los lentes de contacto se acomodan sobre la córnea y se apoyan en la lágrima que recubre al ojo. Como la córnea se ocupa de producir una visión nítida y clara, para ello requiere disponer de oxígeno, pero como no cuenta con vasos sanguíneos, éste lo obtiene de la atmósfera a través de la lágrima, de ahí la importancia de que el lente no obstruya esta función de oxigenar la córnea, pues la lágrima a la vez protege y lubrica nuestros ojos.
También los hay estéticos, que pueden cambiar el color de tus ojos con todo y graduación o nada más por gusto.
Para diferentes necesidades
Rígidos: Fueron los pioneros con un material muy transparente y duro, pero como obstruían el paso de oxígeno, se sustituyeron por lentes más permeables. Hoy en día sólo se hacen para quienes se acostumbraron a ellos. Son los más durables pero también los menos cómodos y de los que menos se contaminan. Se desprenden fácilmente y por lo mismo, se pierden en un instante.
Semirrígidos: Son porosos y dejan oxigenar al ojo, dependiendo del material. Son recomendables para pacientes con problemas de calidad o cantidad de lágrima. El problema es que se rayan fácilmente y por la porosidad, se contaminan y requieren limpieza diaria y otra semanal de manera más profunda para eliminar proteínas.
Blandos desechables y de reemplazo frecuente: Son útiles para deportistas o para personas que viajan con frecuencia. No requieren de limpieza, simplemente se usan y se tiran de la mañana a la noche. También hay desechables para usarlos una semana sin quitarlos. Hoy en día es el tiempo máximo recomendado para usar lentes de contacto en forma prolongada, porque también los hay de hasta tres semanas.
De uso prolongado permanente: Se utilizan de forma continua por una semana, pero puede haber riesgo de complicaciones, por lo que son recomendables para casos determinados, como pacientes de la tercera edad.