¿Qué hay detrás de las dolencias que nos inventamos?

Consideremos una dolencia como una alteración en el funcionamiento normal de un organismo, que se caracteriza por tener un efecto negativo, ya sea a nivel fisiológico o psicológico. No obstante, cuando nos referimos a una “dolencia inventada” hablamos de los casos en los que no existe realmente alteración alguna en la persona, y ésta, conscientemente, afirma tener algún síntoma o enfermedad específicos. Ahora bien, si una dolencia genera como consecuencia un estado nocivo o perjudicial, ¿por qué hay personas que inventan tenerlas? Debe existir, por lo tanto, un muy buen motivo para “crear” de manera intencional una condición inexistente en el organismo y que, además, es negativa.

Para entender cuál es el motivo por el que una persona se inventa un malestar, tomaremos en cuenta el siguiente ejemplo para ilustrarlo con mayor claridad: Pensemos en el caso de un niño que un día por la mañana finge tener un fuerte dolor de estómago, afirmando que no se siente nada bien como para ir a la escuela. Si el pequeño tiene éxito y consigue quedarse en casa, no sólo se habrá librado de asistir a clases, sino que, seguramente, contará con los cuidados y atención de su mamá, quien se preocupará por su estado de salud y estará al pendiente de él.

Tomando en consideración este caso podemos decir que algo similar ocurre en términos generales cuando una persona inventa algún padecimiento, es decir, la dolencia que se inventa sirve como el medio para conseguir un determinado fin. En este caso, el dolor que el niño inventó le funcionó para evitar asistir al colegio, así como para obtener los cuidados de su mamá.

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Ahora bien, es interesante considerar que la dolencia inventada dependerá de lo que se quiere obtener como “ganancia” y será diferente en cada caso. Por ejemplo, es común que culturalmente se hagan bromas con el dolor de cabeza fingido por una mujer que desea evitar tener intimidad con su pareja, o en el terreno legal, se sabe de casos en los que el acusado se ve en la necesidad de fingir o reportar que padece algún tipo de desorden mental, con la finalidad de recibir una sentencia menos severa.

En general, todas las personas son susceptibles de mostrar en algún momento este tipo de conductas para obtener un beneficio a cambio. Lo importante consiste en saber distinguir cuándo alguien está inventando dolencias de manera frecuente, así como indagar qué es aquello que se está inventando, ya que no es lo mismo afirmar que se tiene un dolor de cabeza, un resfriado, o una depresión. Es decir, la severidad o magnitud de la dolencia que se inventa, va en función de lo que se esté buscando en consecuencia, lo cual puede ir desde obtener permiso para salir temprano un día del trabajo, hasta tener a toda una familia al pendiente y con la preocupación del estado de salud y bienestar de alguien.

Es muy importante saber detectar si una persona está inventando alguna dolencia, para que se pueda realizar un buen diagnóstico de la “aparente enfermedad” y constatar la existencia o no de alguna afección. Aunque un síntoma se puede inventar con relativa facilidad, ya que éste es la experiencia subjetiva que reporta la persona ante algún malestar, los signos que representan manifestaciones fisiológicas de una dolencia, como la temperatura, presión arterial, etc., no suelen ser tan sencillos de falsear. Posteriormente, es importante detectar cuál es la necesidad que estaba siendo satisfecha, a causa del “falso padecimiento”.

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En conclusión, podemos decir que detrás de una dolencia inventada se encuentra una ganancia o necesidad que se está viendo satisfecha. Todas las personas, en mayor o menor medida, son susceptibles de presentar este tipo de conductas y es necesario distinguir si es algo que se presenta con frecuencia o no. Es también importante saber diferenciar las dolencias en las que conscientemente se finge tener algo que se sabe que no es real o verdadero y situaciones como la hipocondría, donde no se inventan dolencias sino que se vive con el temor de poder presentar alguna; la mitomanía, donde la persona falsea la realidad y llega al grado de tomar como cierto aquello que ha inventado; o las somatizaciones, donde puede presentarse una alteración real en el organismo.




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