La familia es la base de la sociedad y constituye el primer margen de comparación para las relaciones que establece todo ser humano; de esta forma, la familia es justamente la sustancia viva que conecta a la persona con el mundo y lo transforma en adulto.
En este sentido, desde Freud hasta autores más actuales han mencionado que la relación que la madre establece con sus hijos es la más importante y vital para un buen desarrollo, ya que en los primeros meses de vida de un bebé, la madre es quien satisface las necesidades básicas de alimento y cuidados, además de ayudarle a entender el mundo que se le presenta, como cuando le enseña juguetes, le da de comer, lo abraza y lo acaricia.
Estos primeros cuidados de la madre son regularmente muy similares para ambos sexos, femenino o masculino; sin embargo, cuando la niña empieza a crecer y llega a la edad de 3 años, aproximadamente, se presenta un fenómeno en donde se observa cierta competencia con la madre, y un amor excesivo por el padre, por lo que el rechazo hacía la presencia de la madre es constante y salen comentarios como “yo me voy a casar con mi papá”.
En este contexto, es importante que la madre le explique a la niña que ella en un futuro tendrá la oportunidad de tener otra pareja que no sea su padre. Esta situación debe entenderse como algo natural dentro del desarrollo emocional del niño, de forma que la madre tampoco se sienta agredida por la niña a tal punto de rechazarla.
Después de esta etapa de rivalidad, aproximadamente a los 5 años de edad, la niña comprenderá que para conseguir una pareja necesita parecerse a su mamá, por lo que se alía con ella y comienza a compartir gustos y actividades. Éste también será un proceso importante en donde la madre tendrá que abrir espacios de convivencia mutua y exclusiva con su hija, para que la niña pueda sentirse en mayor medida acompañada por su madre en el proceso de crecimiento e identificación con su parte femenina.
Estas actividades estarán relacionadas con el rol femenino que les toca jugar dentro de la sociedad, como ir a tomar un café, al supermercado, ir a ver vestidos, etc.; sin embargo, es importante mencionar que con estas actividades “femeninas” no me refiero a que se sigan necesariamente modelos machistas, sino que, de acuerdo a la familia y sus propias necesidades y vivencias, la madre pueda compartir con su(s) hija(s) su postura ante la sociedad.
Durante la adolescencia, si bien es cierto que se presentan conflictos de rebeldía y oposición por parte de los adolescentes con sus padres y demás figuras de autoridad, la mujer adolescente busca la reafirmación de la identificación con su rol femenino, por lo que las amigas le ayudarán en este proceso. Sin embargo, la relación con la madre seguirá presente y será de vital importancia para que la adolescente pueda sentirse bien con el “ser mujer”.
Finalmente, en la etapa adulta de una mujer la relación con la madre da un giro importante, especialmente cuando la hija comienza a crear su propia familia. Ella comprende mejor esta identificación con la madre y logra hacer suyas algunas experiencias que vivió como hija, incluyendo su criterio como persona adulta y también sus propios aprendizajes fuera del núcleo familiar, de tal modo que la hija podrá comprender de manera más clara el rol que le ha heredado la madre.
Éste es un breve resumen de cómo suele darse la relación madre-hija de manera más o menos natural; sin embargo, pueden presentarse diversas variables que puedan afectar esta relación, que van desde la muerte de algún familiar, la separación de los padres o incluso la incapacidad de una madre para poder identificar las necesidades de su hija en cada etapa de su desarrollo. Es por ello, que también se sugiere que ante cualquier anomalía o rasgo poco cotidiano, se recurra a gente especializada que pueda brindarles apoyo, como lo son los psicólogos y psicoanalistas.
Cabe mencionar, que la relación madre-hija también está llena de complejidades, tanto para la madre como para la hija, por lo que un vínculo demasiado cercano y poco flexible puede dañar la relación; es decir, cuando la madre y la hija llegan a un punto donde la identificación entre ambas es tan fuerte que no caben las diferencias entre una y otra, se genera una incapacidad para separarse y realizar sus propias actividades, dañando también el desarrollo individual de cada quien.
Frente a esta fusión de identidades, donde una es el espejo de la otra, resulta necesario abrir espacios para que cada una pueda tener sus propias experiencias de vida, de tal forma que tanto madre como hija, y especialmente ésta segunda, puedan adquirir nuevas experiencias e incluirlas en su vida diaria para poder formar, de manera creativa, su propia postura ante la vida.
Es por ello que, recordando el dicho popular “los extremos son malos”, analizamos esta etapa de la vida donde, tanto la lejanía y falta de convivencia como el excesivo contacto y fusión con la madre, afectan al desarrollo normal de una persona y generan falta de identidad propia.
Se puede decir que no es tarea fácil lograr una óptima relación entre madre e hija a lo largo de cada etapa de desarrollo, ya que entran factores internos y externos tan diversos que, no sólo impactan a la persona en sí, sino también afectan la relación. Por ello, es de vital importancia tener los ojos puestos en esta relación y en cómo de desenvuelve, para poder detectar e identificar a tiempo cualquier conflicto que pueda surgir.
Anoto algunas sugerencias para que esta relación, especialmente durante la adolescencia, se lleve a cabo de manera más sana y satisfactoria tanto para la madre como para la hija:
• Fomentar el diálogo abierto y la confianza de ambas para expresar sus emociones tanto positivas como negativas.
• Favorecer la convivencia en familia y los espacios para cada una.
• Respetar las preferencias, gustos y actividades de la otra persona.
• Cuando se exista una discusión entre ambas, procurar ser congruente y calmarse, de tal modo que no se presenten agresiones que resulten dañinas para la relación o la autoestima de la otra persona.
• Planear paseos o actividades para las dos.
• Ofrecerle ayuda aunque la rechace.
• Compartir algunos hobbies o, por lo menos, estar al tanto de ellos y considerarlos.
• No tomar todas las discusiones y rechazos como algo personal.
• No tratar de ser su mejor amiga y poner límites claros como figura de autoridad.
• Fomentar que cada una tenga su propio rol tanto familiar como social, donde cada quien actúe respecto a su edad.
Estos diez puntos resumen una forma más sana y adecuada de manejar la relación madre-hija, dentro del núcleo familiar y social, permitiendo el desarrollo emocional y físico, con el fin de favorecer la manera de relacionarse con el mundo exterior, ya que esta relación será la base para que la niña establezca una interacción adecuada con el medio que la rodea, sepa qué esperar y cómo actuar ante cada situación.