Por Psic. Alejandro Silva
El objetivo principal de los padres al criar a un hijo es orientarlo en su camino hacia la independencia. Lo que cualquier papá y mamá esperan conseguir con la educación, los valores, y el desarrollo emocional, social e intelectual que brindan a sus hijos, es ayudarlos a adaptarse a la vida que les espera como adultos, brindarles las herramientas y habilidades necesarias para ser exitosos en los roles que desempeñarán y, por supuesto, que logren ser felices.
Esta es una crisis muy común en la etapa de desarrollo; es decir, es algo que a todos nos pasa cuando nuestros hijos se van de casa y, como todo duelo, implica la adaptación mental, emocional y social a una nueva realidad.
Ayudar a un bebé recién nacido a convertirse en un adulto capaz y bien formado es un camino largo, extenuante y complicado, por lo que mamá y papá (o quienes cumplan esas funciones) deben comprometerse con su rol, asumirlo y convertirse en todo lo que ese pequeño ser humano necesita para desarrollarse, lo que provoca que por amor al bebé, renuncien un poco a quienes solían ser antes de ser papás y adquieren una nueva identidad como padres.
Cualquiera que haya criado a un hijo sabe que la vida cambia para siempre. Pues el vínculo emocional que se establece entre un hijo y sus padres es único por sus características particulares y por su intensidad.
Es importante considerar que el niño o niña va creciendo, se hace adolescente y los padres deben adaptarse a una nueva realidad. Al tiempo que el hijo se desarrolla, aprende y se acerca cada vez más a su ansiada independencia, los padres adquieren madurez y su identidad se transforma, aunque aún existe un rol demandante como padres.
Una pregunta frecuente en los padres es ¿qué pasará cuando nuestro hijo adolescente se vaya de la casa? Lo cierto es que cuando los hijos se van de la casa, los padres quedamos privados de dos cosas importantísimas: nuestros hijos o hijas como personas queridas para nosotros, y una parte primordial de nuestra propia identidad, nuestra función de papás como hasta entonces la conocíamos.
La famosa etapa del “nido vacío” hace referencia a este proceso de pérdida que se experimenta como papás al concluir con nuestra ardua labor de crianza, una vez que nuestros hijos son independientes. En este sentido, comenzamos un proceso de duelo debido a la pérdida de nuestros hijos que dependían de nosotros, y a nuestra propia identidad.
Esta es una crisis muy común en la etapa de desarrollo; es decir, es algo que a todos nos pasa cuando nuestros hijos se van de casa y, como todo duelo, implica la adaptación mental, emocional y social a una nueva realidad.
En esta etapa la tristeza es una de las principales manifestaciones de un duelo de este tipo, además de presentar, en ocasiones, sentimientos de enojo y negación. No obstante, lo que se espera es que este proceso dure máximo un lapso de 1 o 2 años. Esto implica que seamos capaces de ir transformando lo perdido en algo que nuevamente nos produzca gusto y alegría, mediante la realización de nuevas actividades, el reencuentro con nuestra pareja, la asimilación de nuestro nuevo papel como padres de hijos adultos, ser abuelos, entre otros aspectos que esta etapa conlleva. Todos ellos son ejemplos concretos de formas comunes de construir una nueva identidad que nos permita disfrutar el resto de nuestras vidas, cada vez más longevas en estos tiempos.
En cambio, cuando no se logra construir una nueva identidad o una buena relación con nuestros hijos adultos y el proceso de duelo “se atora”, presentando sentimientos de enojo, tristeza y negación, se hace evidente un problema emocional cuya gravedad dependerá de cada caso. Sin embargo, si esto ocurre, es importante acudir a un profesional para poder superarlo, pues si no se resuelve el problema y lo arrastramos por años, puede provocar graves depresiones y un importante deterioro en las relaciones interpersonales entre padre e hijos e, incluso, con el resto de la familia.