Violencia cotidiana contra el cuerpo

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Violencia Simbólica

Hablar de la violencia contra nuestro cuerpo es hablar de algo cotidiano. Cuesta trabajo creerlo, pero el cuerpo femenino ha sido objeto de los más variados tipos de violencia, desde considerarlo botín de guerra, campo de batalla, pretexto para la explotación, hasta ese daño diario que le aplicamos sus dueñas sin tener la menor conciencia de ello.

Para empezar, no lo aceptamos. Así de fácil, no nos gusta. Le sobra aquí, le falta allá, esto no está en su lugar… Lo comparamos constantemente con los modelos publicitarios que muy poco tienen que ver con nosotros y, que además, cambian de temporada en temporada.

A lo largo de nuestra vida lo sometemos a torturas que lo dañan a corto o mediano plazo: tratamientos químicos y/o quirúrgicos, dietas irresponsables incluso, usamos objetos o accesorios que llegan a dañarlo, los zapatos, por ejemplo. Dejamos la sexualidad de lado y el contacto corporal deja de ser un alimento vital. Así van pasando los años hasta que el cuerpo empieza a hablar pero ¡sorpresa! no lo escuchamos.

Los juanetes en los pies, las infecciones vaginales, el mal aliento, las inflamaciones, ardores y dolores estomacales, el comer para satisfacernos, no para alimentarnos, los problemas visuales o la “bolita inexplicable” son acallados con paliativos en la gran mayoría de casos. Nunca con una verdadera atención. Nos satisface mucho el “esto es temporal”, “a todas les pasa”, “no hay porque alarmarse”, “a mí nunca”.

Esta inconsciencia, esta irresponsabilidad evita que tengamos una comunicación con el cuerpo. Vamos pasando un año tras otro sin detenernos a pensar en él. Así llegamos a la edad madura o a la franca vejez con un cuerpo que nunca aceptamos y que ahora tampoco nos resulta lo mejor para vivir. Los resultados del trato dado a nuestro cuerpo tarde o temprano aparecerán y no todos nos van a gustar. Dicho de otra forma, tenemos el cuerpo que poco a poco hemos ido construyendo.

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Con todo esto no quiero decir que se derrote ante una realidad que la tomó por sorpresa. Envejecer no es una empresa fácil, y menos cuando no nos hemos preparado para ello. Esta sección se trata precisamente de hacer reflexiones para poder tomar acciones concretas frente a nuestro envejecimiento. Nadie puede impedir que envejezcamos cada día, pero nosotras sí podemos decir cómo queremos envejecer.

Al encontrarnos con un cuerpo casi desconocido podríamos atrevernos a contemplarlo desnudo frente al espejo; podríamos hacer una lista de todas las cosas que de verdad nos gustan de él, de las buenas, de las hermosas, porque de las negativas ya sería redundancia. Conocerse bien -dijo alguna vez Jean de la Fontaine– es el primer cuidado. Atrevernos a vivir con nuestro propio modelo, el que nosotras hemos diseñado para nosotras mismas y no imitando a la “abuelita de Cri-Cri” ni a la vecinita quinceañera. Nuestro envejecimiento puede ser muy diferente al de nuestras abuelas e incluso de nuestras madres.

No importa la edad que tengamos; este puede ser el mejor momento para iniciar una buena alimentación, esta puede ser la oportunidad de empezar a hacer ejercicio de acuerdo a nuestra edad y nuestras necesidades. Esta es la ocasión exacta para recordar que sexualidad no es el número de coitos y orgasmos acumulados, sino la forma en que miramos la vida, en que nos dejamos sentirla en cada poro de nuestra piel.

Las emociones también se dibujan en nuestro cuerpo, algunos especialistas afirman que situaciones emocionales no resueltas se asocian con cánceres, dolores musculares, mal funcionamiento intestinal, dolores de cabeza, problemas de sueño, etc. De allí la importancia de escuchar cotidianamente qué tiene que decirnos el cuerpo, qué significa cada uno de sus síntomas para poder atenderlo como se merece. ¿Lo has pensado? Nuestro cuerpo es el estuche que contiene lo más valioso de cada una: nuestra vida.

Imagen cortesía de Depositphotos.com | Plenilunia



Escrito por

Conductora radiofónica

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