Elena Garro

El cáncer nos quita muchas cosas. Mejor dicho, nos las arrebata. De manera abrupta, egoísta e irremediable. La tranquilidad, el sueño, la sonrisa, el goce, la alegría de vivir, la paz, la esperanza y, seres entrañables e insustituibles, también. No quisiera pensar en los seres amados. Hoy no. Hoy quiero referirme a una mujer valiente, inspiradora, talentosa, inteligente y de manera mágica (como todo lo que escribía), un ser amado para muchas de nosotras, aunque jamás la conocimos: Elena Garro.

Nacida en Puebla en 1916, se caracterizó por ser desde pequeña una niña alegre, inquisitiva y definida. De carácter apasionado y leal, se cuenta que el día de su boda dejó plantado a su novio en plena iglesia al negarse a llevar un matrimonio arreglado por su padre, ferviente católico de esos tiempos. Esta fuerza y decisión la acompañaron a lo largo de su historia, que tristemente terminó el 22 de agosto de 1998, en Cuernavaca, Morelos.

Llena de fantasía y coraje, Elena Garro nos regaló en su obra abundante y exquisitamente femenina, una mirada a su mundo interior, a la mente de una mujer y su manera indomable e ilimitada de recrear el amor, de buscar la pasión, la verdad y la alegría; la persecución constante de su identidad, del reencuentro consigo misma. Sus infinitas posibilidades de ser ella sin traicionarse y sin negarse a ninguna de las maravillas que la vida nos ofrece.

Pienso en La Semana de Colores y en los cuentos que abriga este libro. Específicamente el que le da su nombre. Las descripciones detalladas y familiares a cualquiera de los días de asueto y sus tonos, de la curiosidad infantil y el abismo del conocimiento cuando empezamos a descubrir la vida. Los olores, colores, sonidos, sabores y texturas de esos personajes tan de nuestra tierra, tan de ningún lugar al mismo tiempo y que todas reconocemos e identificamos. Hay que tener un profundo amor a la vida y un deseo enorme de disfrutarla para comunicar de semejante manera hechos tan sencillos y, al mismo tiempo, extraordinarios en un cuento, en papel y tinta.

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También recuerdo anécdotas que escuché de boca de mis maestros acerca de su vida y su relación con Octavio Paz. Una de ellas, cuando fueron invitados a una cena diplomática ofrecida por un país con cuya política Elena Garro estaba en desacuerdo, y como militante antifascista, asumió su asistencia como una traición e insulto a sí misma. Al pedirle su esposo que se arreglara para ir, se maquilló la cara completamente de negro, se hizo un turbante y se vistió con un vestido rojo con puntos blancos para manifestarse conforme a lo que creía y defendía desde su esencia.

En diversas ocasiones he escuchado que el cáncer significa de una u otra forma falta de amor. Yo no lo sé, pero entiendo que semejante ingenio, alegría, sagacidad, fe de justicia y amor por la belleza se vean minados día a día, de manera dolorosa y sin remedio por esta enfermedad, son una situación que va mucho más allá de lo horrible. Si eso no es falta de amor, por lo menos debe ser su asesinato.

Enferma de cáncer de pulmón, Elena vio consumirse poco a poco sus ojos, su personalidad y sus ganas de vivir.

Leer alguna de sus obras además de ser un privilegio y un regalo, es la mejor manera de homenajearla, de pasar la estafeta de los mil obsequios que nos dejó entreverados en sus letras. Y aunque de ninguna manera compense su sufrimiento o su ausencia, es una manera de pretender que el cáncer no nos quitó una vez más, de manera abrupta, egoísta e irremediable la tranquilidad, el sueño, la sonrisa, el goce, la alegría de vivir y muchos de estos seres únicos e irrepetibles.

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