Mundial sudafricano, cultivo para la sordera

Johannesburgo, Sudáfrica. El primer Mundial africano camina con sordina hacia su punto de partida en el país que ha popularizado el estruendo de las vuvuzelas, una trompeta de plástico cuyo sonido estridente, por el momento, sólo se oye de modo esporádico en Sudáfrica.

La afición sudafricana aguarda impaciente el debut de los Bafana Bafana y preparan sus vuvuzelas, listas para hacer su estruendosa aparición pues emiten un sonido de 127 decibeles (dB) en los estadios, capaces de generar disfunciones auditivas o incluso sordera de acuerdo a un estudio elaborado aquí que refiere que el límite recomendado para el oído humano es de 80 dB, pero los riesgos que vienen son grandes si se toma en cuenta que los tambores son comunes en los estadios africanos y provocan ruido por 122 dB más el silbato del árbitro de 121.8 dB y lo que se acumule.

A tres días de que el balón eche a rodar en el partido Sudáfrica-México y en el día en que se cumplen doce años de la elección de Joseph Blatter como presidente de la FIFA en París, el ambiente en las calles de Johannesburgo es de calma chicha.
Pocos signos externos permiten augurar que en solo tres días se desatará una auténtica locura en todo el mundo, suicidios incluidos, a resultas del desenlace de los partidos mundialistas.

Coches con banderitas a los lados cuyos conductores se abstienen de tocar el claxon, cartelones publicitarios en los muros de la ciudad, globos aerostáticos de patrocinadores, silenciosas colas en los centros de expedición de entradas. Tal es el ambiente que precede al partido inaugural en la populosa Johannesburgo, cuya área metropolitana acoge a casi ocho millones de almas.

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El problema de la seguridad, aireado durante meses en los medios de comunicación, retrae a los aficionados, sobre todo a los extranjeros, cuya presencia, a diferencia de Mundiales anteriores, apenas se percibe en las ciudades sede.

De ahí que, en medio del silencio oral, resulte extemporáneo cualquier grito de ánimo a una selección como los emitidos por un grupo de argentinos a su llegada al aeropuerto de Johannesburgo. En cualquiera de los países futboleros sonarían a rutinario trámite administrativo. Aquí, a día de hoy, sorprenden.

La fisonomía de Johannesburgo, una ciudad que pudiera denominarse de las mil colinas por sus incontables toboganes, las enormes distancias entre sus barrios y las precauciones adoptadas por razones de seguridad tampoco estimulan al caminante a echarse a la calle para dar colorido en las vísperas del Mundial.

A juzgar por los vendedores de vuvuzelas que instalan su efímero negocio en los semáforos -tampoco muchos- cabe sospechar que en algún momento del Mundial las trompetas serán utilizadas, y entonces la Copa del Mundo tendrá también su película sonora.

Por contraste con el Mundial de Alemania 2006, que fue un prodigio de facilidades para el transporte en metro, tren o avión, las sedes de Sudáfrica no permiten al visitante pensar en otro medio de desplazamiento que no sea el coche.

El propio Blatter ha tenido que incidir en asuntos de seguridad debido al incidente acaecido el domingo pasado durante un amistoso entre Nigeria y Corea del Norte, en una avalancha humana que terminó con quince personas heridas.

El presidente de FIFA ha dado un toque de atención a la Policía para que se asegure de que incidentes semejantes no vuelvan a suceder, y menos en un partido del programa oficial de la Copa del Mundo.

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Tampoco hubo novedades en el aspecto deportivo, si no es la confirmación de que algún lesionado ilustre como el holandés Arjen Robben se perderá el primer partido. Otros, como en portugués Nani, han tenido que decir el definitivo adiós al Mundial.

Fuente: Europa Press




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