Película Gran Torino

Internándose en los laberintos de la soledad y el dolor humanos, Clint Eastwood ha creado una de las filmografías más relevantes del cine contemporáneo, reafirmando su privilegiada posición como uno de sus más lúcidos autores.

Dos veces ganador del Oscar al mejor director, por esas obras maestras que son Los Imperdonables (Unforgiven) y Million Dollar Baby, este incansable hombre de cine nos ofrece ahora, a sus 78 años de edad, otro filme de altos vuelos, ejemplo de sagacidad y hondura: Gran Torino, en el que vuelve a dirigirse a sí mismo.

Desde otra óptica, nos ofrece otro de sus conocidos personajes extraordinarios: Walt Kowalski, psicológicamente complejo pero enteramente de carne y hueso; un ser amargado con el presente que vive de los recuerdos del pasado; racista, víctima del fanatismo pro yanqui, que debe aceptar la realidad de que su viejo y otrora apacible barrio de blancos esté ocupado por vecinos asiáticos.

En el trasfondo de la simple anécdota que en sí misma genera una trama cargada de tensión que atrapa al espectador, estamos frente a una obra de profundo sentido humano. Lo que nos ofrece Eastwood es un abierto manifiesto sobre la tolerancia y la solidaridad.

De manera paulatina, natural, su personaje va cambiando y transformándose en su interior. A medida que tras quedar viudo, la distancia que siempre ha mantenido con sus dos hijos casados se hace cada vez mayor y llega a un nivel insostenible, este hombre desconfiado y renegado va encontrando en los vecinos a los que desprecia por su raza y su idioma, la fraternidad y comprensión que llenan su vacío intimista.

La inteligencia del planteamiento se mantiene lejos de cualquier aproximación al discurso ‘moralino’ y no cede ni una pizca de melosa ‘sensibilería’. Es un retrato directo, sin gratuitas concesiones, que va delineando con buen tacto un retrato personal.

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Kowalski ha rehuido todo contacto con el afecto y está atrapado en un círculo vicioso de incomprensión. Cuando cree reaccionar por generosidad y aprecio, se percata que sólo genera violencia y aviva un entorno de auto destrucción.

Con una resolución admirable, el relato da un giro temático impredecible y sorpresivo que cala hondo en el espectador, y que adquiere un nivel de épica individual que alcanza tonalidades míticas, cuando el personaje asume su propia redención en su capacidad de auto sacrificio.

Clint Eastwood posee una sólida virtud: no requiere de artimañas pretenciosas ni de sofisticaciones intelectuales para brindarle a sus historias una trascendencia intemporal.

Es un cine afilado, sagaz, persuasivo, que se desarrolla a través de una notable habilidad narrativa, lejos de las formas de la pedantería visual y discursiva de tantos realizadores que creen que su prestigio radica en estar con las minorías.

Es cine de verdad, cine auténtico, que no rehúye la capacidad emotiva, porque ésta se da en la vida misma. Milan Kundera decía que hay que prestar atención a los libros que son fáciles de leer pero difíciles de comprender. Es un símil que podemos trasladar al cine de Clint Eastwood como innegable ejemplo de calidad. Aunque no está exento de tropiezos, nos ha legado obras memorables, como su impecable versión desde la óptica japonesa de uno de los episodios de la II Guerra Mundial más vanagloriados por los norteamericanos, en Cartas Desde Iwo Jima (Letters From Iwo Jima).




Escrito por

Crítico de cine con amplia trayectoria; ha asistido a diversos festivales. Colaborador actual en "Formula Financiera" y "México al Día"


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